sábado, 8 de enero de 2011

Chacareros del siglo XXI. Herencia, familia y trabajo en la Pampa gringa

Con pequeñas modificaciones este trabajo -mi tesis de maestría-  fue publicado por Imago Mundi, en 2009, bajo el título de CHACAREROS DEL SIGLO XXI. HERENCIA, FAMILIA Y TRABAJO EN LA PAMPA GRINGA




Tesis de Maestría IDES-UNGS

LA PRODUCCIÓN FAMILIAR PAMPEANA A COMIENZOS DEL SIGLO XXI
ORGANIZACIÓN DEL TRABAJO, FAMILIA Y HERENCIA ENTRE LOS CHACAREROS DEL SUR DE DE LA PROVINCIA DE SANTA FE











Autor:                   José A. Muzlera Klappenbach
Directora:             Dra. Carla Gras
Año:                      2008
PALABRAS CLAVE
Agricultura familiar – Desarrollo agrario – Herencia – Región pampeana

RESUMEN
Las transformaciones en la economía y en la política nacional de fines del siglo XX, en conjunto con los desarrollos científicos y tecnológicos vinculados a la agricultura, han afectado profundamente a la estructura social agraria nacional y los sujetos que la componen, marcando de este modo una nueva etapa del capitalismo en el agro. En este contexto de cambios, una vez más es pertinente volver a algunos de los interrogantes centrales de la sociología rural: ¿Qué actores persisten y cuáles quedan excluidos? ¿Cómo se organiza la producción?, ¿Cómo se da la relación entre los distintos agentes del sistema productivo? Y ¿Cuál es el lugar y las características de la agricultura familiar?
Centrándonos en este último interrogante, y basándonos en datos relevados en sucesivos trabajos de campo que se vienen realizando en distintos departamentos de la zona sur de la Provincia de Santa Fe, hemos analizado las características que adopta la producción agropecuaria familiar de tipo chacarera, a fines del siglo pasado y comienzos del presente. Para ello nos hemos centrado en cómo se estructura la organización del trabajo dentro de la explotación y el vínculo de ésta con la familia, por un lado; y en las prácticas sucesorias en tanto mecanismos de reproducción social, por el otro. Las dinámicas vinculadas a la herencia son puestas a prueba en el nuevo contexto social, económico y productivo -generándose tensiones entre elementos de los habitus chacareros trasmitidos desde hace generaciones y características asociadas al nuevo modelo de desarrollo-.

KEY WORDS
Family farming- Agricultural development - Inheritance – Pampa region

ABSTRACT
The transformations in the national economy and politics at the end of the twentieth century, together with the scientific and technological developments linked to agriculture, have deeply affected the national social agricultural structure and the subjects that constitute it, signalling in this way a new stage of capitalism in agriculture. In this context of change, it is once again pertinent to rethink some of the main questions of rural sociology: Which actors remain and which ones are excluded? How is production organized? How is the relationship between the different agents in the productive system built? And, in this context, what is the importance of the characteristics of family farming?
Focusing on this last question, and basing ourselves on data obtained from fieldwork in different departments of the southern area of the Province of Santa Fe, we have analyzed the characteristics adopted by the family farming production at the end of the last century and beginning of the present one. In order to do this, we have focused on the way the organization of labour within the farm and its link with the family is structured on the one hand; and on the other hand, on the inheritance practices as mechanisms of social reproduction. The dynamics linked to inheritance are put to the test in the new social, economic and productive context- thus creating tension between the elements of farming habitus passed on for many generations and the characteristics associated to this new model of development.


A las familias: Ellena, Echaguibel, Astorquia y a todos los chacareros que generosamente me abrieron sus puertas regalándome su tiempo. A todos aquellos que compartieron conmigo sus intimidades, sus ilusiones, sus miedos y sus frustraciones, haciendo posible esta tesis.

AGRADECIMIENTOS
El primero de ellos a la Dra. Carla Gras que permanentemente se esforzó por trasmitirme “el oficio del sociólogo” y su amor por lo que hace. Sus incontables correcciones a cada parte de esta tesis, así como sus generosos aportes de gran parte de las ideas sobre las que se fue construyendo este trabajo, han sido de gran valor. Sin su contaste seguimiento y generosidad esta tesis jamás podría haber sido terminada.
Al Dr. Osvaldo Graciano por su lectura y sugerencias al segundo capítulo de este trabajo.
A la Dra. Valeria Hernández, Carla Poth, Adriana Chazarreta, Luciana Manildo y Marcelo Panero por sus entusiastas sugerencias a una primera versión de esta tesis, ya varios meses atrás. Sus comentarios fueron de suma utilidad para ordenar algunos interrogantes, clarificar otros y detectar algunas de las falencias de ese primer bosquejo, de lo que después fue esta tesis.
A mis compañeros de maestría: Luciana Manildo, Mariana Oppezzo, Eduardo Raices, Favio Josin, Fernando Becerra, Marcelo Muñiz y Martín Stawski quienes con su compañía y sus bromas ayudaron a que muchos sábados -robados al ocio y a la familia- allá en la UNGS hayan sido más placenteros.
A todos los integrantes del PICT “Crisis de la agricultura familiar: impactos sociales, económicos, culturales y políticos en tres comunas rurales de la región pampeana” dirigido por la Dra. Carla Gras y la Dra. Karina Bidaseca, -en el marco del cual realicé gran parte del trabajo de campo- por sus aportes y sugerencias.
También, a los integrantes del programa I + D: La Argentina rural del siglo XX. Espacios regionales, sujetos sociales y políticas públicas radicado en la Universidad Nacional de Quilmes, dirigido por la Dra. Noemí Girbal-Blacha, por su estímulo permanente.
A mis padres, Susi Klappenbach y José Muzlera, quienes, a pesar del miedo que genera lo desconocido, hace muchos años apoyaron mi cambio de las ciencias duras a las ciencias sociales.
A mis hermanos, Ana y Alejandro, por su estímulo permanente.
A Celeste Barone, mi mujer, quien desde el comienzo creyó en mí y me brindó su apoyo de todas las maneras posibles, siendo su afecto y su confianza imprescindibles para terminar esta tesis.

ÍNDICE
Título
Página
RESUMEN
2
ABSTRACT
4
DEDICATORIA
5
AGRADECIMIENTOS
6
ÍNDICE
8
INTRODUCCIÓN
12
Los interrogantes de nuestra investigación
11
Consideraciones teórico metodológicas
16
Capítulo I – LA PRODUCCIÓN FAMILIAR EN LOS ESTUDIOS AGRARIOS
24
1) Introducción
24
2) Las vías de desarrollo del capitalismo en el agro
26
3) Los orígenes y los mecanismos de subsistencia de la producción tipo farmer
27
4) Dimensiones y límites a considerar en la construcción operacional de la producción familiar
33
5) El chacarero del sur de Santa Fe
37
6) En síntesis
40
Capítulo II – TRANSFORMACIONES MACROECONÓMICAS Y POLÍTICAS Y SU IMPACTO EN LA PRODUCCIÓN AGROPECUARIA
42
1) Introducción
42
2) El modelo agroexportador (1880-1930)
43
3) La industrialización por sustitución de importaciones (ISI)
46
4) Las transformaciones neoliberales en Argentina a finales del siglo XX
50
4.1 transformaciones gubernamentales y políticas económicas
51
4.2 transformaciones en el sector agropecuario pampeano con el desarrollo de una economía plena
54
4.3 las nuevas condiciones estructurantes y sus efectos en la agricultura familiar
58
Capítulo III – LOS CHACAREROS DEL SUR DE SANTA FE: EXPLOTACIÓN Y FAMILIA A COMIENZOS DEL SIGLO XXI
60
1) Introducción
60
2) La organización del trabajo y la gestión de la explotación
62
3) La familia y su influencia en la explotación
72
Capítulo IV – TRANSFORMACIOEROS. LA HERENCIA EN LA PAMPA GRINGA
77
1) Introducción
77
2) El valor de la tierra heredada
80
3) Innovadores, por tradición
84
4) El peso de lo familiar en la herencia
86
CONCLUSIONES
93
Anexo I – SISTEMATIZACIÓN DE ENTREVISTAS
97
Anexo II – MAPA DE LA ZONA SUR DE LA PROVINCIA DE SANTA FE
99
BIBLIOGRAFÍA
100






INTRODUCCIÓN
Los interrogantes de nuestra investigación
Las transformaciones en la economía y en la política nacional, vinculadas al capitalismo globalizado de fines del siglo XX, se vieron acentuadas mediante una serie de gobiernos neoliberales, que comenzaron a sucederse en el país desde mediados de la década de 1970. Estas transformaciones se profundizaron durante el transcurso de los años noventa llegando a tener efectos de gran trascendencia sobre la estructura social agraria y los sujetos que la componen, marcando de este modo una nueva etapa en el desarrollo del capitalismo en el agro argentino. En momentos como éstos, las preguntas clásicas de la sociología rural vuelven a adquirir centralidad: ¿Qué tipo de actores quedan excluidos? ¿Cómo persisten los que continúan en la producción? ¿En qué medida se mantienen o modifican sus rasgos preexistentes?
En 1991, se eliminaron la mayoría de los organismos estatales que durante más de medio siglo habían intervenido en el sector a través de distintas políticas (subsidios, precios sostén, cupos de producción) permitiendo la coexistencia de actores sociales heterogéneos. También se eliminaron casi todos los impuestos y retenciones a las exportaciones favoreciendo la producción para el mercado internacional y la competencia intrasectorial, que al no tener mediación alguna acentuó las desventajas de los más débiles.
Las cosechas records comenzaron a sucederse año tras año, contribuyendo a aumentar el superávit fiscal, pero exigiendo -como nunca antes en la Argentina moderna- que los productores reconvirtieran sus capitales económicos, simbólicos y culturales para adaptarse a las nuevas condiciones. En efecto, el escenario de economía de mercado forzó la incorporación de maquinaria y tecnología agrícola de última generación, con el objetivo de mejorar la eficiencia productiva para aumentar la competitividad. Los discursos pro innovación tecnológica, de gran difusión en los medios de comunicación, han asociado permanentemente estos cambios a ventajas de todo tipo (mejoras en las arcas de los productores y en su calidad de vida, mayores cuidados del medio ambiente, beneficios para las cuentas nacionales, etcétera) evitando discutir las consecuencias sociales del nuevo modelo.
En el plano productivo este proceso modernizador se ha asociado con los cultivos transgénicos y la informática aplicada al agro. En el plano económico el elemento más significativo de estas transformaciones fue la retracción del Estado del mercado financiero, significando -entre otras consecuencias- el fin de los créditos “blandos”, otorgados por la banca pública a los sectores más frágiles, quienes quedaron sin otro recurso que los ofrecidos por el mercado de capitales (bancos, cooperativas, fondos de inversión, pools de siembra, etcétera). En el mismo período, las semilleras de capitales internacionales financiaban a los productores la compra de los nuevos paquetes tecnológicos. Esta financiación fue en muchos casos la vía por la cual terminaron siendo desplazados de la producción un gran número de ellos.
Todo este conjunto de transformaciones afectaron a la estructura agraria pampeana en su conjunto, profundizando las diferencias entre los distintos tipos de productores y afectando la cotidianeidad y las prácticas productivas de los que lograron permanecer. Tal es la magnitud de estos cambios que en los últimos años parece haber un consenso acerca del fin de una etapa en la agricultura familiar (Balsa, 2006; Cloquell, 2007; Azcuy Ameghino y Fernández, 2008). En los trabajos de estos autores se enfatiza la emergencia de rasgos y relaciones que tensionan esta forma productiva. Así, Balsa analiza las transformaciones en los modos de vida resultantes del avance del “mundo moderno” y de las migraciones explotación-pueblo. Cloquell, por su parte, aborda los cambios en la organización del trabajo y sus consecuencias en el carácter familiar de las explotaciones, pero con una escasa atención a los mecanismos de reproducción intergeneracionales y las tensiones en las identidades de los sujetos. El trabajo de Azcuy Ameghino y Fernández, fijando la atención en mecanismos económicos, abordan la problemática desde una perspectiva marxista analizando la concentración del capital y sus consecuencias en términos de la viabilidad de la explotación familiar.
A pesar de estas transformaciones los productores familiares -tanto por su presencia histórico-política, como por su importancia numérica y por el volumen de su producción- siguen presentes en el entramado socio-productivo agrario de la región pampeana. Por ello, en esta tesis nos proponemos abordar las características actuales de la agricultura familiar para explorar sus procesos de descomposición y recomposición. Para ello analizaremos las modalidades que asume la organización de la producción, las relaciones entre empresa y familia, y las prácticas sucesorias – en tanto mecanismos de reproducción social-.
Las respuestas a los interrogantes planteados están desplegados en 4 capítulos. En el primero de ellos se presenta una breve revisión del derrotero teórico del concepto de “agricultura familiar”, en particular los debates en torno a su capacidad de acumular capital y las ventajas para subsistir en contextos de expansión del gran capital en el agro.
En el segundo capítulo se presenta una periodización del desarrollo agrario argentina, con especial referencia al área pampeana, haciendo hincapié en las transformaciones ocurridas a partir de la década de 1990. Este marco histórico permitirá comprender elementos que compelieron a los agentes al cambio así como los límites que enmarcan sus estrategias y acciones.
En el tercer capítulo se describen y analizan los modos que asume en la actualidad la organización del trabajo en la explotación agropecuaria familiar y los vínculos entre la empresa y la familia. Podremos ver allí cómo la gestión se profesionaliza y cómo la familia –a pesar de no aportar una cantidad sustantiva de trabajo físico- sigue siendo decisiva en el desarrollo de la explotación.
En el cuarto capítulo se reconstruyen y examinan las dinámicas sucesorias en tanto mecanismos que intervienen en la reproducción de esta forma de producción. Estas prácticas generan tensiones entre los chacareros, en tanto contienen elementos que facilitan a la vez que dificultan la continuidad de un modo de vida y una manera de producir y de ver el mundo.
El último capítulo recoge las conclusiones de nuestra investigación. Incluimos, finalmente dos anexos. El primero presenta una sistematización de las entrevistas utilizadas. Este cuadro ayudará a visualizar nuestra muestra y el origen de los datos que sustentan la investigación. Para proteger la identidad de los entrevistados se cambiaron sus nombres y apellidos. El anexo II comprende un mapa de la región estudiada.

Consideraciones teórico metodológicas

El sur de la Provincia de Santa Fe –por su historia social y productiva- es un lugar privilegiado para analizar la producción familiar. Es una zona históricamente agrícola ganadera que en los últimos años ha experimentado una marcada conversión hacia la agricultura -incorporando nuevas tecnologías, las que necesitan de nuevas prácticas y una gran inversión de capital-.
A partir del año 2005, en el área comprendida por los departamentos de San Jerónimo, Belgrano, Iriondo, Constitución, Caseros y Gral. López,[1] se han venido realizando sucesivos trabajos de campo en el marco de distintos proyectos de investigación[2]. Todos ellos con distintas preguntas específicas, pero siempre englobadas en una gran inquietud general vinculada a los procesos de cambio en la producción agropecuaria, en los productores y en el complejo territorial que los comprende y al cual co-constituyen junto a otros agentes.
Dados los intereses de estas tesis nos concentramos en los productores familiares que siguen dentro del sistema productivo (más allá del nivel de capitalización alcanzado), dejando de lado el análisis de aquellos que han sido desplazados de la producción. Si bien en algunos casos se hace referencia a estos últimos, es sólo con el propósito de contrastar algunas características de los que aún continúan en la actividad.
¿A quiénes hemos considerado productores familiares? Como se verá con más detalles en el siguiente capítulo, la categoría productor familiar es una categoría compleja, que aún no presenta una única acepción dentro de las ciencias sociales, y con un amplio debate teórico que permanece abierto. Cuidando de no dejar afuera ningún elemento relevante, para la selección de casos se tuvo en cuenta los siguientes criterios: a) la producción agropecuaria debía ser el principal ingreso del hogar y b) el productor debía, cuando menos, estar a cargo de la gestión de la empresa. Estos dos criterios amplios dejaron de lado otras variables como el tamaño de la explotación. Ya que nos interesaba captar distintas situaciones, desde aquellas de descapitalización, de persistencia, hasta las de expansión. Partimos de una delimitación amplia de nuestro universo, porque consideramos que una de las ventajas de esta elección era la posibilidad de poder explorar las heterogeneidades internas de la categoría. Así considerada la producción familiar, a medida que se iba desarrollando el trabajo de campo, comenzó a despertar nuestro interés una definición “nativa” que ofrecían nuestros interlocutores, el chacarero. Ser chacarero, además de las consideraciones anteriores, implica una cuestión identitaria, sentirse chacarero. Este aspecto cobró así relevancia como llave de análisis de nuestro material empírico. Los chacareros se presentan como tales (o como colonos, siendo usados entre ellos estos términos como sinónimos) incorporando a la significación del término una valorización positiva de la actividad en sí misma. Para nuestros entrevistados la categoría chacarero es una noción que engloba elementos relacionados con la producción agropecuaria y algunos otros que exceden la dimensión productiva, la forma en que producen y organizan su trabajo. Para estos chacareros definirse como tales supone tácitamente cierta relación extramercantil: con la tierra, con la maquinaria agrícola y con un imaginario de progreso, entre otras particularidades. Si bien volveremos sobre estas nociones, esta cuestión identitaria es vivida, por nuestros entrevistados, con orgullo y con angustia dado las tensiones que generan algunas prácticas productivas vinculadas a estos mandatos identitarios y una escala de valores extra económica –propia de esta identidad-, que entra en tensión con: requisitos de eficiencia propios de transformaciones tecnológicas cuyos objetivos son el aumento de la productividad y la maximización de las ganacias, y con la conservación de los activos vinculados a la producción (principalmente tierras y de otro modo con la maquinaria).
La elección de los entrevistados se realizó mediante la técnica de “bola de nieve”, es decir, a partir de un listado conformado en función de contactos ofrecidos por informantes calificados y otros productores. Para la construcción final de nuestra muestra tuvimos en cuenta criterios de saturación. Los encuentros fueron en diversos lugares siempre relacionados con su cotidianeidad (bares, casas y explotaciones).
Atendiendo a la heterogeneidad que caracteriza a la agricultura familiar (Murmis, 1998; Craviotti, 2001; Gras, 2005) y en base a los criterios ya mencionados, se trató de cubrir el mayor espectro posible de entrevistados respecto a: sus características productivas, la extensión de sus explotaciones, edad y etapa del ciclo de vida de las familias.
La selección de casos, -tanto de las familias productoras como a los informantes claves- mediante la técnica ya explicada, se orientó a contactar sujetos que pudiesen aportarnos elementos relevantes en la elaboración de las respuestas vinculadas a los interrogantes centrales de la investigación. Se realizaron entrevistas las cuales –en muchos casos- significaron más de un encuentro. En base a los interrogantes que iban surgiendo, fue usual que se volviese a visitar a los entrevistados, al mismo tiempo que iban eligiéndose nuevos casos. Las entrevistas tuvieron como propósito principal reconstruir las historias de las explotaciones y las familias.
A partir de estas fuentes, se obtuvieron datos referentes a las familias (composición del hogar, ciclo de vida, niveles de escolaridad, inserción ocupacional y composición de ingresos) y datos referidos al trabajo en la explotación (relación con la tierra, niveles de capitalización, organización laboral y superficie trabajada). El análisis de los mismos –con el fin de clarificar la exposición- separará las dimensiones objetivas, en tanto primer momento de una relación dialéctica de las dimensiones subjetivas.
Como resultado de este modo de trabajo y después de sucesivos viajes a campo, el análisis final sobre el cual se elaboro esta tesis se realizó en base a un corpus compuesto por entrevistas a 41 productores y sus familias, vinculadas a 39 explotaciones, 9 entrevistas a ex productores y un número similar a informantes claves (gerentes de bancos de la zona, ingenieros agrónomos y empleados de cooperativas). Para complementar las entrevistas en profundidad se han utilizado las notas de campo, de carácter etnográfico, las cuales han sido especialmente útiles para poner en perspectiva los relatos de nuestros entrevistados, sobre todo en lo referente a las dinámicas de su cotidianeidad.
Casi todos los productores entrevistados (37 de los 43) se presentan como “chacareros”. Más de la mitad de ellos (23) combinan tierra propia con tierra arrendada, y 20 de ellos trabajan sólo campos de su propiedad. No encontramos en nuestra investigación arrendatarios “puros”, si bien uno de nuestros entrevistados alquila casi toda la tierra que trabaja (se trata de un productor que maneja 2000 hectáreas de las cuales 1900 no son de su propiedad, 100 le pertenecen).
A excepción de un entrevistado que reside en Rosario, el resto de los productores entrevistados vive en la zona de estudio, donde también la mayoría trabaja. Sin embargo, 6 de ellos tienen campo en la zona norte de la provincia o en la Provincia de Corrientes. Haber comprado o alquilado campos en “el norte” fue en estos casos, parte de las estrategias desplegadas frente a una crisis económica que les imposibilitaba pagar deudas, contraídas en su mayoría con el fin de intensificar su nivel de capitalización (ya volveremos a este punto en el capítulo III). Endeudados, vendieron tierras en el sur de la provincia y compraron tierras en zonas “marginales”, de menor valor de mercado. De los productores que permanecen en la zona sur 8 trabajan explotaciones de menos de 50 hectáreas, 24 entre 51 y 500 hectáreas y 7[3] entre 501 y 2000 hectáreas. Entre estas últimas, encontramos explotaciones que son manejadas por más de una familia. El tamaño promedio de las explotaciones que integran nuestra muestra, es de 266 hectáreas. Como hemos señalado, la mitad combina la propiedad con el arrendamiento de campos. En las condiciones de los alquileres (volveremos a este punto más adelante) influyen las relaciones de parentesco, que facilitan el acceso a la tierra. Respecto a la edad de los productores entrevistados, si bien hubo algunos casos extremos (de hasta 22 y 84 años) la muestra se concentró entre productores que tenían de 40 a 60 años.
La pretensión de entender transformaciones y continuidades en la producción familiar nos obligó a analizar la explotación, la familia y la manera en que ambas se vinculan. Las características que estos productores asumen en la forma de producir y de vivir fueron analíticamente comprendidas en dos espacios principales: el de la explotación y el de la familia. O para decirlo de otro modo, la esfera de la producción separada de la esfera de la reproducción, prestando constantemente atención a la mutua influencia entre ambas.
Respecto a la explotación analizamos -entre otros elementos-: a) cómo se organiza el trabajo, b) qué tareas quedan a cargo del productor y su familia, c) qué tareas se tercerizan, d) cuáles son los mecanismos por medio de los cuales se incorporan los conocimientos asociados a las nuevas técnicas productivas y d) los mecanismos para decidir las inversiones de capital y sus modalidades.
En la dimensión familiar se consideraron: a) la composición familiar, b) sus ciclos de vida, c) el lugar que ocupa la explotación en la economía familiar a la vez que las formas en que los distintos miembros se relacionan con el trabajo y gestión de la empresa.
Al momento de analizar la relación entre ambas dimensiones se tuvieron especialmente en cuenta: a) cómo se organiza el flujo de ingresos entre el hogar y explotación, b) cómo y quienes deciden ese flujo, c) cómo se da la relación de compromiso de cada miembro de la familia con la explotación, y d) cuáles están comprometidos con su continuidad y traspaso generacional.
Los estudios cualitativos[4], al momento de intentar alcanzar la comprensión de un fenómeno social, suelen ser más ricos que los cuantitativos. Nuestra muestra no fue construida con criterios de representatividad estadística, sino que buscamos comprender las transformaciones experimentadas por las capas de productores familiares. Fue el haber tomado un espacio relativamente reducido, en el cual se pudo hacer un estudio en profundidad lo que nos habilitó la comprensión de los rasgos y perfiles que ella va adquiriendo, si bien no podemos establecer conclusiones en términos del alcance cuantitativo de los mismos.
De este modo, trabajar con entrevistas en profundidad nos ha permitido no sólo describir aspectos y rasgos “objetivos”, sino también reconstruir los sentidos y creencias que constituyen los soportes de las acciones de los sujetos.
A partir de esta propuesta metodológica hemos reconstruido las transformaciones en los modos de vivir y de producir de los chacareros de sur de la Provincia de Santa Fe. El trabajo logrado en tanto estudio de caso supera una mirada puramente descriptiva y articula la particularidad del caso con los procesos de escala más amplia -el avance del capitalismo en el agro-.

Esperamos de este modo contribuir al debate en torno a una categoría analítica que creemos sigue siendo teóricamente fecunda, como es la de “productor familiar”, por medio de otra que podemos considerar como una subcategoría de la anterior, la de chacarero. Estas pretensiones deberían así contribuir a la comprensión de los efectos y las características del desarrollo del capitalismo agrario en el Región Pampeana.


CAPÍTULO I

LA PRODUCCIÓN FAMILIAR EN LOS ESTUDIOS AGRARIOS


1) Introducción
Gran parte de la teoría social, sobre todo distintas vertientes del marxismo, esperaban que la producción familiar –aquella caracterizada por la relación tierra y trabajo familiar- desapareciera a medida que el capitalismo fuese desarrollándose en el agro. Aunque la disminución numérica de este tipo de explotación es notoria, aún a comienzos del siglo XXI el volumen de su producción en la región pampeana es relevante[5] y los productores familiares siguen siendo un actor político de peso[6].
La persistencia de la producción familiar frente al avance del capitalismo en el agro conlleva procesos de diferenciación interna que resultan en niveles crecientes de heterogeneidad. Murmis (1998) explica que esta heterogeneidad interna (“horizontal”) diferencia capas según puedan o no mantener cierto ritmo de capitalización. Así, dentro del conjunto de los productores familiares coexisten capas que aumentan su escala productiva, intensificando la capitalización, con otras que persisten en condiciones de creciente fragilidad (Murmis, 1998: 236)-. Ello complejiza la construcción de sistemas de estratificación social en el agro, que requiere, como ha señalado Murmis, la movilización de un complejo sistema de posiciones.
Dentro de este amplio abanico de situaciones heterogéneas, hablar de producción familiar implica -en nuestra investigación- referirse a sujetos: a) que tienen alguna capacidad de acumulación; b) que se ubican en los estratos medios de la estructura social agraria –si consideramos su nivel de ingresos-; c) que incluyen la participación de la familia en la gestión y organización laboral y d) su producción está incorporada al circuito internacional.
Hacer un breve repaso por ese debate –entorno a su persistencia y sus características-, es el objetivo principal del presente capítulo, para de esta forma poder entender, no sólo las particularidades la producción familiar, sino el marco en que se insertan las preguntas centrales de este trabajo.

2) Las vías de desarrollo del capitalismo en el agro
La sociología rural argentina, desde sus inicios y hasta comienzos del presente siglo, se ha nutrido esencialmente del marxismo -en su diversidad de vertientes-. Ellas describieron tres vías de desarrollo capitalista en el agro, la clásica o inglesa trabajada por el propio Marx, la vía alemana o Junker analizada por Kautsky y la vía farmer o norteamericana analizada por Lenin.
En 1894 se publica el Tomo III de “El Capital”. En él Marx analiza la transición de un modo de producción feudal a un modo de producción capitalista. Allí presenta un concepto de la renta, que fue decisivo para la construcción de una teoría sobre el desarrollo capitalista en el agro, describe y analiza el funcionamiento del agro capitalista y los 3 sujetos que en él quedan conformados. Ellos son: a) los terratenientes, dueños de la tierra, que se apropian de la renta; b) los arrendatarios capitalistas, que invierten en medios de producción, organizan la producción y obtienen ganancia y c) los asalariados.
En 1898, Kautsky publica “La cuestión agraria”. Allí, a partir de pensar el caso prusiano, describe un desarrollo capitalista en el agro que se conoce como vía Junker (por el nombre con el cual se conocía a estos sujetos) o como desarrollo capitalista desde arriba, en el cual el terrateniente de origen feudal es también el capitalista. Para Kautsky el sujeto campesino, presente en la sociedad capitalista, es un sujeto “residual” de un modo de producción pre-capitalista y por lo tanto tendiente a desaparecer. Junto con el terrateniente capitalista, identifica a los asalariados, resultantes del proceso de transformación del productor familiar campesino.
Por su parte, Lenin desarrolla una teoría destinada a mostrar el papel de sujetos no capitalistas en el capitalismo. Para él la presencia de sujetos no capitalistas pude dar origen a un agro capitalista por dos vías distintas -alternativas al modelo inglés analizado por el propio Marx-: la vía Junker trabajada por Kautsky y la vía farmer, o desarrollo capitalista desde abajo, típico del caso norteamericano. En esta última, la vía farmer, la producción estaba a cargo de productores propietarios de tierra y de los medios de producción que basaban el trabajo en mano de obra familiar, pero que, a diferencia de los campesinos, tenían capacidad de acumulación. La vía farmer encuentra su explicación en las condiciones específicas de desarrollo del capitalismo en áreas donde la tierra no había sido apropiada anteriormente. La dinámica capitalista intervendría luego diferenciando internamente a los farmers: algunos se transformarían en capitalistas y otros en asalariados.

3) Los orígenes y los mecanismos de subsistencia de la producción tipo farmer
La expansión del capitalismo en el agro ha supuesto un desarrollo significativo, pero no la desaparición de la producción de tipo farmer, ni una homogeneización de los actores de su trama productiva. En el período de posguerra, la diversidad deja de ser vista como una forma anómala y transitoria, para comenzar a ser considerada como una característica inherente a los sujetos agrarios. En este nuevo escenario, gran parte de los trabajos comparten algunas  preguntas orientadoras –respecto a la producción familiar-: ¿Cómo se acumula capital si no se explota trabajo asalariado? y ¿Qué condiciones permiten la persistencia de la producción familiar? Las respuestas han sido diversas y el debate que repasaremos aún no está cerrado. En las décadas de 1960 y 1970 se produce en nuestro país, y en muchos otros, una revitalización de los estudios agrariosque trataron de explicar la persistencia de sujetos “no previstos” en la teoría derivada del marxismo más clásico, como el productor familiar capitalizado. En distinta medida estos trabajos retoman los enfoques marxistas y chayanovianos tratando –a partir de ellos- de explicar la evidencia empírica y contribuir al desarrollo teórico de los estudios agrarios-.
En el caso argentino, enmarcado en el enfoque chayanoviano, el trabajo de Archetti y Stølen (1975), sobre los colonos algodoneros de la Colonia de Santa Cecilia en el norte de la provincia de Santa Fe, ha sido uno de los trabajos con pretensión teórica –respecto a conceptualizar este tipo de unidades equiparables a las family farms norteamericanas- que mayor trascendencia ha tenido. Para ellos, a diferencia de la unidad de producción campesina de Chayanov -la cual no podía generar excedentes y cuya finalidad es la supervivencia de la unidad doméstica-, y de la empresa típicamente capitalista -basada en el trabajo asalariado y cuya finalidad es maximizar la ganancia- los farmers son productores que combinan el trabajo doméstico y el asalariado y que acumulan capital. Para estos autores este tipo de sujetos no se encuentran en un estadío de transición sino que son relativamente estables. La respuesta a los motivos de esta estabilidad tiene distintos argumentos. Si bien –en consonancia con un estilo chayanoviano- prestan más atención a características internas, uno de los factores explicativos es que “(…) debido a la tradicional rentabilidad diferencial de los capitales invertidos en el sector agrícola y en otros sectores económicos, así como los mayores riesgos inherentes a la inversión agrícola, la unidad productiva ´farmer` (aún cuando los productores tengan acceso a alguna fuente crediticia) tiene que estar en capacidad para generar sus propios recursos financieros.” (Archetti y Stølen, 1975: 150).
Complementando el argumento del mayor riesgo de las inversiones agrícolas respecto a las inversiones industriales y la menor liquidez (debido a la necesidad de esperar los ciclos biológicos de la producción) que éstas presentan respecto a las inversiones financieras, explican que el cálculo económico de estas unidades (al igual que el de la unidades campesinas trabajadas por Chayanov) no contabiliza los costos de la mano de obra familiar. Esto no sólo marca una racionalidad particular –no propia de un sujeto capitalista típico- sino que otorga una ventaja extra, al bajar los costos. Si los colonos tienen capacidad de acumulación (e insertos en una economía capitalista no pueden obviar la necesidad de maximizar sus ingresos) ¿por qué no se convierten en capitalistas? El principal argumento que brindan estos autores es que por razones éticas estos sujetos conciben al trabajo asalariado como complementario del trabajo familiar y “no pueden” crecer en base a la explotación de la fuerza de trabajo asalariada.
También tratando de de sintetizar las posturas teóricas derivadas de los trabajos de Marx y Chayanov se encuentran los trabajos de Harriet Friedmann. En el caso de esta autora, los sujetos estudiados son productores trigueros del oeste norteamericano.
Friedmann (1980) señala claramente la necesidad de entender a este tipo de producción como “producción mercantil simple” en un contexto capitalista desarrollado. En una primera instancia señala el rol del Estado como el creador de las condiciones para el surgimiento de este tipo de producción, principalmente vía las políticas implementadas para el reparto de las tierras. En una segunda instancia destaca que las condiciones externas son comunes a estas unidades mercantiles simples y a las empresas capitalistas. Y de un modo similar a lo planteado por Archetti y Stølen resalta que las relaciones internas de estas empresas no son ordenadas por una lógica capitalista de acuerdo a la ley del valor trabajo de Marx, sino por otros principios relacionados con las condiciones familiares, obligaciones de parentesco y modo de organización interna (Friedmann, 1986). También destaca –dentro de las particularidades de la organización interna de este tipo de unidades- dos elementos más: que no existe división entre el producto que se invierte y lo que se consume en el seno del hogar; y que al ser los trabajadores parte del grupo de los propietarios, la lucha de clases es diluida y la ecuación “contemplada” es entre ocio e ingresos actuales y futuros. Este último elemento es uno de los retomados después por Balsa (2008) para analizar la permanencia de este tipo de producción en la Argentina.
Los factores trabajados tanto por Archetti y Stølen como por Friedmann son retomados en distintos trabajos posteriores. Llambí (1981 y 1988), después de hacer un minucioso estado del arte de los aportes del marxismo, revisa –y otorga una importancia decisiva- al papel de Estado como una institución que interviene en la organización de la producción y la economía en general. Llambí concluye que el Estado ha sido de vital importancia tanto para la emergencia como para la estabilidad de la producción de tipo farmer.
Si focalizamos en nuestro caso, en los inicios de la segunda mitad del siglo XIX las políticas santafecinas de ocupación de tierras propiciaron procesos de colonización, tanto públicos como privados; poniendo así en marcha los proyectos de colonias agrícolas, que intentan aplicar en nuestras pampas los modelos de reparto de la tierra y el desarrollo productivo que tuvieron lugar en los Estados Unidos luego de la Guerra de Secesión. Estas políticas dieron origen a una estructura agraria en la que pequeños y medianos productores, con una organización laboral en base al trabajo familiar, se consolidaron como los productores mayoritarios en el sur santafesino.
“Primero, fue el resultado de decisiones políticas conscientes y de programas explícitos del gobierno federal el vender y distribuir tierra en pequeñas unidades, preferentemente a gerentes y administradores agrícola (...). Segundo, la existencia de una cantidad considerable de tierra a bajo precio (...). Cuarto, tanto colonos extranjeros como nativos otorgaban un alto valor a la propiedad de la tierra (...). Quinto, los incentivos para la adquisición de la tierra por parte de los no agricultores no eran muy grandes. Las tasas de renta eran bajas y los riegos asociados con la agricultura muy grandes, mientras que las tasas de retorno para la inversión de capital han sido usualmente más altas y seguras en el sector no-agrícola.” (Llambí, 1988: 21)
Si bien estas líneas en el original describen al caso de apropiación de tierras de la zona del oeste norteamericano las similitudes con nuestra región de estudio, son notables.
En la Argentina, las intervenciones del Estado Nacional y de los Estados provinciales –en materia agropecuaria- no se limitaron a las políticas de distribución de tierras. Finalizada la distribución de tierras en manos privadas, desde el gobierno nacional, en la década de 1930, se crearon organismos reguladores -como la junta nacional de granos o la junta nacional de carnes (entre muchos otros)- que interviniendo en el mercado favorecieron la permanencia –y la coexistencia - de estos productores con otros actores económicos del sector.
Estos mecanismos de intervención estatal contribuyeron para que, hacia mediados del siglo XX, la producción familiar capitalizada pampeana mostrase niveles de acumulación y estabilidad. La relativa estabilidad de esta forma de producir se suponía derivada –también- de la capacidad de estos sujetos para incorporar, en sus procesos productivos, nuevos paquetes tecnológicos, cada vez más demandantes de capital, que sin embargo, no alteraban (al menos no centralmente) el carácter familiar de su organización productiva.
La reestructuración en la intervención del Estado afectó las condiciones de integración de la producción familiar, al desarticularse la red que durante las décadas anteriores había facilitado su participación en el mercado, a través de subsidios, precios sostén, etc. Pero también al dejar de viabilizar los procesos de modernización tecnológica.
Los paquetes tecnológicos desarrollados en la década de 1990 ahorradores de mano de obra y de costos cada vez más elevados (en sintonía con la retracción del Estado) modifican la organización laboral de las explotaciones familiares a la vez que determinan aumentos en los umbrales o escalas mínimas de producción para que una explotación sea rentable. Los desarrollos tecnológicos reducen los requerimientos de mano de obra, pero incrementan las necesidades de capital y el desarrollo de competencias específicas para la aplicación de estos nuevos paquetes tecnológicos. El abanico de posibilidades por el que optan los sujetos en función de sus posibilidades materiales –en primera instancia- y de su estructura cognitiva, la cual será decisiva para decidir que acciones toman, da como resultante una estructura social y productiva de gran complejidad. Así los avances en nuevas tecnologías que modifican el proceso productivo y la cotidianeidad de los sujetos, complejizan la estructura productiva también a partir de las diversas estrategias desarrolladas por cada uno de los productores para permanecer y acumular.
La incorporación de estos paquetes tiene lugar, en buena medida, a través de la contratación de servicios de terceros, esquema que se extiende en las últimas décadas en la producción pampeana. De este modo, se observa un proceso de externalización de tareas, donde los productores familiares abandonan en forma creciente el trabajo directo para concentrarse en tareas de dirección y gestión. Según se advierte en distintos trabajos, este proceso se verifica entre productores de distinto tamaño, escalas, incluyendo a aquellos menos capitalizados.
Así los avances en materia técnica y científica aplicados al agro, afectan a la organización del trabajo y el funcionamiento del proceso productivo, provocando que los productores familiares se vean ante una imperiosa necesidad de capitalizarse y ampliar su escala.
En una gran cantidad de casos la vía para capitalizarse es la contracción de deudas. El riesgo de descapitalización, ante la imposibilidad de afrontarlas, es la contracara de este proceso (lo cual significa el desplazamiento de la producción) claramente visibilizado en la década de 1990 (Tort, 2005 y Gras, Oppezzo, Manildo y Lauphan, 2005).

4) Dimensiones y límites a considerar en la construcción operacional de la producción familiar
Para abordar la heterogeneidad interna los análisis han hecho foco en la cuestión de los límites superiores e inferiores (de capitalización), en especial en las últimas décadas en que la heterogeneidad del sector ha aumentado, y las dinámicas productivas se han transformado. Esto obliga a redefinir la producción familiar capitalizada en cada abordaje, sus dimensiones centrales y sus límites. Esta necesidad de redefinición se vincula con aquella pregunta original acerca de la persistencia de la producción familiar, y de esta tesis: ¿hasta cuándo podemos hablar de productores familiares?, ¿hasta dónde se tensiona la categoría y cuándo debemos comenzar a referirnos a ellos de otro modo? Al momento de una primera aproximación, la forma de organización del trabajo (familiar o asalariado) suele ser la primera dimensión a tener en cuenta para distinguirlos de los empresarios capitalistas, junto con la posibilidad de acumulación (para diferenciarlos de las formas campesinas). En la mayor parte de las definiciones teóricas -y en sus correlatos en las definiciones operativas- la presencia del trabajo mayormente familiar y un grado mínimo de capitalización (en tierra y/o maquinarias) que permita sostener procesos de acumulación, suelen ser las características más importantes para recortar el universo de la producción familiar capitalizada.
Los límites por fuera de los cuales ya no se debería hablar de productores familiares capitalizados varían según los trabajos. Hay cuestiones cuantitativas, como el porcentaje de mano de obra familiar y porcentaje de mano de obra asalariada; y consideraciones de tipo cualitativas, como ser qué tipo de tareas -de gestión o trabajo físico- son cubiertas por la familia. Las realidades cambiantes de nuestro mundo rural nos muestran cada vez más casos en los que las tareas productivas se tercerizan por completo. Tort y Román (2005) –tensionando al límite la categoría- señalan que para la región pampeana podría darse el caso de un grupo familiar que contrate la mayor parte de las labores o que no sea propietaria de ninguna de las tierras que trabaja y aún así seguirían siendo productores familiares si la gestión y el riesgo empresarial están a cargo de la familia.
Esto es un ejemplo no sólo de cómo cada trabajo construye la definición de este tipo de sujetos, manteniendo vigente el debate teórico sobre quiénes son desde la teoría social, sino de la importancia de volver sobre la conceptualización de estos sujetos en cada abordaje empírico.
En algunos trabajos, como el coordinado por González (2005), para elaborar una definición operativa de la producción familiar se contabilizan: porcentaje de mano de obra familiar y asalariada empleada en la explotación y el tamaño de la parcela y el equipamiento en maquinaria, en tanto proxis del nivel de capitalización. González y Bilello consideran el tipo de mano de obra utilizada, –en primer lugar-, el nivel de capitalización[7] y la percepción de ingresos extraprediales, para construir una tipología de ocho tipos de productores básicos con los cuales analizar la producción agropecuaria de la Pampa Húmeda.
Clara Craviotti (2002), diferencia 3 categorías o tipos de productores familiares: a) de bajos recursos, b) capitalizados y c) familiares empresariales. Dentro de la primera categoría entrarían los que contratan servicios, esta tercerización es producto de que no poseen un nivel suficiente de capitalización en maquinaria para realizar sus trabajos. Los familiares capitalizados son los que poseen maquinaria suficiente para realizar la gran mayoría de las labores culturales requeridas en la explotación. Y los familiares empresariales son aquellos que poseen maquinara en exceso y después de trabajar en su explotación venden servicios. Esta clasificación (a la que la autora agrega como referencia la potencia de los tractores y el costo de capitalización de los nuevos paquetes tecnológicos[8]) es fructífera para pensar cómo la incorporación de nueva tecnología diferencia internamente a los productores familiares.
Para Isabel Tort y Marcela Román (2005) el productor familiar es, al mismo tiempo propietario de la tierra, empresario y trabajador, pero en general es difícil que pueda gozar de las tres posiciones sociales que le corresponden en el mercado (terrateniente, empresario y trabajador), dada su incapacidad política de reclamar la renta de la tierra –en su condición de propietario de la tierra- y la ganancia capitalista. Según estas autoras, en el mercado, el productor familiar tradicionalmente ha transferido la renta y la ganancia capitalista a la sociedad, subsistiendo con el equivalente al salario.
El tamaño de la unidad productiva es otro modo que con frecuencia se utiliza en los trabajos para diferenciar internamente a estos productores. A los productores familiares capitalizados suele vinculárselos con explotaciones pequeñas y medianas. Sin embargo, es muy difícil definir claramente qué es un productor pequeño o uno mediano, porque la dimensión posee una escasa base teórica (Luparia, 2001; Balsa, 2008). Pequeño y mediano remiten al tamaño y no a las relaciones sociales de producción, las cuales permiten ubicarlos en un sistema de estratificación social. Estos trabajos comparten el supuesto tácito de que un tamaño similar está vinculado a estrategias y niveles de vida similares, pero en líneas generales cuando se hace referencia al tamaño (mediano productor o pequeño productor) la referencia suele ser a la superficie de la explotación[9]. Al no ponderarse el potencial productivo de la tierra para una misma producción, ni las distintas producciones, el concepto se hace aún más inconsistente. En un intento de solución a este problema, Balsa (2008) propone ligar el tamaño (pequeños o medianos productores) al nivel de ingresos que la explotación proporciona, en lugar de a la superficie[10]. Aún si aceptásemos esta propuesta, en Argentina, la enorme dificultad para obtener estos datos (con la veracidad y la exactitud adecuados), la hace poco factible.

5) El chacarero del sur de Santa Fe
La categoría “chacarero” agrega a la de productor familiar capitalizado –o productor tipo farmer- una dimensión identitaria que es la que termina de definirlo. Toda construcción identitaria implica un otro, en este caso ese otro han sido primero los terratenientes –su alteridad política- que quedó claramente constituida con el Grito de Alcorta[11], en 1912. Y en los últimos años –tal vez de un modo un poco más difuso, o al menos menos institucionalizado- ese otro es encarnado por aquellos productores de una mayor escala productiva que se auto definen como empresarios o como productores rurales, pero manifestando con claridad que no son chacareros, proponiendo así una ruptura –cuando la hubiese- con sus raíces colonas.
La autopresentación de nuestros entrevistados, como chacareros o colonos[12], remite a una tradición que se hereda –que se valora positivamente-, a una distinción frente a un “otro” y a una manera de posicionarse frente a elementos vinculados al mundo de la producción familiar agropecuaria.
El chacarero es caracterizado por la historiografía como un tipo de productor innovador, con una moderada capacidad de ahorro y que basaba su producción en la mano de obra familiar. Si bien presente, la contratación de mano de obra asalariada, no es resaltada como significativa ni en el número de explotaciones ni en la cantidad de empleados por explotación. De esta manera las explotaciones son la principal, y muchas veces la única, fuente de ingreso del grupo doméstico. El empleo de la mano de obra familiar abarata los costos de producción, ya que ésta no es considerada como un gasto y simultáneamente garantiza el empleo al grupo familiar (Scobie, 1963; Palacio, 2006).
El origen de los colonos está estrechamente vinculado con las políticas estatales; y como estas no fueron similares en toda la región pampeana sus historias de origen tampoco[13] lo son. La historia de los del sur de la provincia de Santa Fe se remonta a la de una parte de los europeos inmigrantes que llegaron a nuestras tierras entre 1856 y 1884[14] y se radicaron en esa zona. Muchos de ellos fueron traídos y asentados por empresas colonizadoras como la de Aaron Castellanos o Beck y Herzog y se dedicaron a la agricultura en pequeña escala (Plácido Grela, 1985). Algunos de ellos devinieron pequeños propietarios, a comienzos de la década de 1920 y muchos otros con las políticas sectoriales del peronismo.
Durante las últimas décadas del siglo XIX y hasta mediados de la década de 1920, en que estos sectores comenzaron a acceder a la propiedad de la tierra[15], gran cantidad solían ser arrendatarios[16]. El término chacarero –aquellos de las chacras[17]- refiere también a un sujeto político, construido frente a su antagónico, el terrateniente.
Las políticas neoliberales del último cuarto de siglo pasado, en especial durante la década de los ´90, impactaron notoriamente en estos sujetos. Compelidos a modernizarse, a ampliar su escala productiva y sus márgenes de productividad algunos lograron transformarse y otros fueron desplazados de la producción.
Las explotaciones de hasta 200 hectáreas han sido las más drásticamente afectadas. Casi el 27% de ellas han desaparecido en el período intercensal 1988 – 2002 (Gras, Oppezzo, Manildo y Lauphan; 2005). Su disminución explica casi el 93% de la merma de las unidades productivas, que desaparecieron en dicho período, la contraparte de estos datos, que hacen relevante el presente trabajo, es que si desapareció el 27% permanece el 73%.

6) En síntesis
Pensar estas transformaciones en términos de los procesos de clase es lo que sustenta la visión de las “vías” del desarrollo capitalista en el agro que analizaron los clásicos, Marx, Lenin y Kaustky, y aún es un debate vigente (Gras, 2008).
Los procesos recientes hacen más difícil marcar los límites superiores e inferiores de estos sujetos, que son cada vez más heterogéneos internamente. La importancia de los límites reside en la importancia de poder determinar cuándo esa heterogeneidad traspasa la categoría, cuándo dejan de ser chacareros para convertirse en otro sujeto social y productivo. Asimismo, no sólo debemos observar el lugar que ocupan en la estructura social y productiva sino que también debemos analizar la dimensión identitaria, si pretendemos seguir refiriéndonos –o no- a chacareros.
Los últimos avances del capitalismo en el sector rural muestran que el resultado no es un agro polarizado o con características duales. La observación de la situación actual está lejos de arrojar categorías cristalizadas como destino de las transformaciones en la producción familiar, del modo en que lo imaginaban las teorías clásicas. Por otra parte, su diferenciación “hacia arriba”, hacia formas más empresariales también es motivo de debate.


CAPÍTULO II

TRANSFORMACIONES MACROECONÓMICAS Y POLÍTICAS Y SU IMPACTO EN PRODUCCIÓN AGROPECUARIA

1) Introducción
Desde una perspectiva económica de largo plazo, la lógica de organización despliegue y funcionamiento del capitalismo en la Argentina moderna podría ser comprendida en 4 etapas: a) el modelo agroexportador de 1880 a 1930, b) la etapa del modelo por sustitución de importaciones (ISI) de 1930 a 1976, c) una tercera etapa caracterizada por el neoliberalismo económico de corte financiero, desde 1976 a 2001, con un leve interregno del período alfonsinista entre 1984 y 1989; y d)una cuarta etapa a partir de 2002 con un acento productivista, en donde la industria vuelve a funcionar al 100% de su poder productivo y el sector agropecuario experimenta un marcado crecimiento de la producción y la productividad resultado de los avances tecnológicos y su interrelación con algunas ramas de la industria (metalmecánica, informática y genética) (Neffa, 1998; Rapoport, 2006).
Un análisis más detallado de las características de estas etapas de desenvolvimiento económico hace más inteligible el lugar específico que en ellas tuvo la producción agraria pampeana, y que nos permite esbozar los rasgos que fue adquiriendo esa estructura productiva y social en la Provincia de Santa Fe, centro de análisis de esta tesis.


2) El modelo agroexportador (1880-1930)
Durante esta etapa, la Argentina se integró al sistema económico mundial de manera subordinada, como una economía exportadora de bienes primarios e importadora de manufacturas. Este modelo de desarrollo dependió en gran medida de más de un factor externo; en primer término, el desarrollo tecnológico del siglo XIX que acortó las distancias y facilitó las comunicaciones (con el avance de la navegación, la extensión del ferrocarril y el telégrafo) y, simultáneamente, el desarrollo en maquinaria textil y de refrigeración en los países desarrollados, que impactaron en el sector primario, aumentando la demanda de estos bienes. En segundo lugar, íntimamente relacionado con el desarrollo tecnológico, cabe mencionar la inversión de capital –principalmente ferrocarriles[18] y frigoríficos-. La inversión estuvo a cargo, en su mayoría, de capitales europeos –principalmente ingleses-. De este modo el progreso tecnológico en los países más desarrollados, en conjunto con la decisión de invertir capital en estas latitudes, facilitó la creación de una infraestructura necesaria para la puesta en marcha del modelo agroexportador argentino (Ferrer, 1972; Barsky y Gelman, 2001).
El tercer factor fue la tierra pampeana y sus características. Las tierras de la región eran abundantes, aptas para la agricultura de clima templado, de alta fertilidad y presentaban un bajo costo productivo.
El cuarto elemento fue la llegada de una gran cantidad de inmigrantes europeos –principalmente de Italia y España-[19]. Esta mano de obra europea venía en busca de tierras para trabajar, pero una gran cantidad de estos inmigrantes no tuvieron acceso a su titularidad, debiéndose contentarse con arrendarlas, consolidándose una estructura latifundista en casi toda la región pampeana. Según David Rock (2001) esta región estaba controlada por una élite terrateniente de 400 familias criollas o acriolladas de origen patricio. Esta élite estaba estrechamente entrelazada a través de ciertos clubes y asociaciones privadas de menos 2.000 personas (que poseían en la Argentina tanta tierra como la superficie de Italia, Bélgica, Holanda y Dinamarca juntas).
El agotamiento de la frontera agropecuaria en la década de 1920 y la crisis internacional desencadenada a partir de la caída de la bolsa de New York, el jueves 24 de octubre de 1929, tiene graves consecuencias para nuestra economía. El rotundo cambio del escenario internacional dado por una importante alza en el valor de los productos industrializados y la disminución del precio de las materias primas, deja a la economía argentina en una situación muy desfavorable, marcando el inicio del agotamiento del modelo agroexportador. En este nuevo escenario el país se ve en la necesidad de producir un giro en su política de desenvolvimiento capitalista, orientándola hacia el mercado interno y la ISI.
No toda la Región Pampeana tuvo los mismos mecanismos respecto a la distribución de tierras. En los inicios de la segunda mitad del siglo XIX las políticas santafecinas de ocupación productiva de las tierras propiciaron procesos de colonización, tanto públicos como privados[20]. Éstas tenían el doble propósito de sostener la actividad económica independiente de Buenos Aires y de poner en valor tierras públicas devastadas por décadas de guerras civiles. De este modo se pusieron en marcha los proyectos de colonias agrícolas, que intentaron aplicar los modelos de reparto de tierra y de desarrollo productivo utilizado en los Estados Unidos luego de la Guerra de Secesión.
Para Palacios (2006) la experiencia de las Colonias reconoce dos etapas. Una primera hasta 1870 y la otra desde el inicio de esa década hasta 1890. En la primera etapa, marcada por colonias estatales o mixtas, las empresas colonizadoras, con recursos estatales, buscaban familias agrícolas en Europa, y les otorgaba 30 hectáreas a cada una que al cabo de trabajarlas un determinado número de años pasaban a ser dominio de su propiedad. En la segunda etapa, ya sin participación del Estado, las empresas colonizadoras muchas veces entregaban las tierras en arriendo, proveían al colono de semillas, maquinarias, alimentos, etc. provocando a este una gran deuda que en muchos casos se volvía perpetua. Estas políticas inmigratorias y de colonización dieron origen a una estructura agraria con una gran cantidad de pequeños y medianos productores, con una organización laboral en base al trabajo familiar. Como quedó de manifiesto en 1912, año en que los chacareros arrendatarios se levantaron contra el precio de los alquileres, este modelo no implicó la ausencia de grandes terratenientes.


3) La industrialización por sustitución de importaciones (ISI)
La Crisis del 30, como se conoció más comúnmente a la crisis que sufrió nuestro país, producto del derrumbe de la bolsa de New York del año anterior, forzó a un cambio en el modelo económico, reorientándolo hacia el mercado interno. Este giro implicó un intento por desarrollar la industria nacional. La industrialización evitaría la necesidad de importar productos elaborados (encarecidos) al mismo tiempo de ser una fuente de creación de riqueza, que reemplazaría la merma producida por la caída de los precios internacionales de materias primas y alimentos.
El crecimiento industrial estuvo condicionado por fuertes rasgos de improvisación, de carencias y limitaciones tecnológicas, de infraestructura y de recursos humanos, presentando siempre inconvenientes para la provisión de insumos, de combustibles y de equipamiento. La ausencia de una burguesía industrial innovadora y emprendedora y la falta de políticas gubernamentales para la planificación del desarrollo fueron elementos claves para comprender los límites de este modelo –al menos hasta el peronsimo-. Con los dos primeros gobiernos peronistas, si bien nunca se logró una industrialización pesada, hubo políticas gubernamentales destinadas a favorecer el desarrollo de la industria nacional[21].
La actividad fabril aún con un impulso limitado, estimuló una importante migración interna campo-ciudad; el desarrollo industrial coincidió con un estancamiento que el sector agropecuario experimentó entre 1930 y 1960. Si bien este modelo pretendía desarrollar la industria, el sector agropecuario ocupaba una parte importante: debía proveer las materias primas y productos exportables para obtener divisas. El crecimiento industrial debía corresponderse con una división del trabajo en el sector agrícola, los insumos industriales, tales como el algodón y las oleaginosas, debían ser producidos fuera de la región pampeana, dado que la pampa debía continuar produciendo carne, trigo y maíz para la exportación. (Ferrer, 1972; Aparcio, Giarracca y Teubal, 1992)
El deterioro en los términos de intercambio y la subvención de los países desarrollados a sus economías agrícolas fueron los principales responsables del estancamiento en el agro pampeano. La producción agropecuaria no crecía al nivel deseado, sobre todo los bienes exportables de la región pampeana; esto generaba una falta de ingresos dando como resultado un cuello de botella en el sector externo, que se trasladaba al sector interno.
Como vemos, en esta etapa los ciclos económicos continuaban ligados al sector externo, pero con una lógica diferente a la imperante durante el modelo anterior. Durante esta etapa se dio una dinámica particular conocida por la historiografía como stop and go en la cual la economía experimentaba periodos de expansión y recesión de manera cíclica. En la etapa de auge del ciclo, el crecimiento del consumo y la producción locales incrementaban las importaciones para comprar bienes de capital e insumos intermedios. Simultáneamente se reducían los productos exportables debido a la mayor demanda interna, consecuencia del aumento de los salarios reales por la mejor distribución de ingresos y el mismo crecimiento. Los saldos comerciales se tornaban así negativos, obligando al Estado a tomar medidas para solucionar la crisis de la balanza comercial. La receta aplicada se basaba en devaluar la moneda, que llevaba a un aumento del precio de los bienes exportables (la mayor parte de ellos bienes-salario) y los insumos industriales, con la consecuente inflación y recesión de la economía. La recesión producía un saldo positivo en la balanza comercial y así nuevamente comenzaba el ciclo (Rapoport, 2006).
En la década de 1940, orientados hacia pequeños y medianos productores (sector que estaba migrando masivamente hacia las ciudades donde estaban las mayores oportunidades laborales) el Banco de la Nación Argentina y del Banco de la Provincia de Buenos Aires (desde la sección hipotecaria creada en 1911) implementaron una línea de créditos con bajas tasas de interés y largo plazo de reintegros.  En los años 50, con la "vuelta al campo" del gobierno de Perón se implementan políticas destinadas a alentar la modernización tecnológica del sector agrícola, con el fin de mejorar la situación de los estratos más pobres del agro, esos créditos se generalizaron para todos los sectores del campo (Girbal-Blacha, 2003).
“Sin embargo, la revolución tecnológica fue exitosa de inmediato tan sólo en las áreas chacareras por fuera del límite de la región pampeana. Los grandes terratenientes de la pampa, dedicados a la exportación, no demostraron demasiado interés en las inversiones en tecnología, y la gran cantidad de arrendatarios, a pesar de la mejora en su situación, no podían afrontar el gasto de la inversión en maquinarias caras” (Stølen, 2004: 77).
Hasta la década de 1950, el número de miembros de la familia había sido, para los productores familiares, un factor limitante. El grupo doméstico era un factor importante al momento de decidir el área a cultivar y el tipo de cultivo. La contratación de la mano de obra estaba limitada a la cosecha, la introducción de la nueva tecnología en reemplazo del trabajo humano tuvo importantes consecuencias transformando los roles que pasaron a despeñar tanto hombres como mujeres. Durante los primeros años de la mecanización agrícola, ésta fue un alivio en las pesadas tareas rurales y posibilitó la ampliación de la superficie cultivada, aunque luego de algunos años el exceso de mano de obra comenzó a ser un problema.
Comenzó también durante estos años un proceso de urbanización de las familias rurales, las que sin abandonar la producción principal de la chacra se mudaban al pueblo cercano (Balsa, 2006). Cuando la mudanza se producía era el fin de las prácticas de producción para el autoconsumo y la bisagra entre un estilo de vida rural y un estilo de vida urbano. En los pueblos, la introducción de la energía eléctrica –primero- seguida del agua corriente y el gas de red, promovió la introducción de heladeras, lavarropas y otros electrodomésticos. Así por esta doble vía se mejora la calidad de vida y se transforma la vida cotidiana de los hogares (Stølen, 2004; Balsa, 2006).
A fines de la década del ´60, se inicia una etapa signada por el aumento de la producción y la productividad basadas en la aplicación de tecnologías de base industrial. La transformación tecnológica se centró en el mejoramiento de semillas, la mecanización total de las labores y el aumento de la potencia por hectárea, un alto grado de difusión y adopción de nuevos herbicidas y la incorporación de fertilizantes en algunos cultivos. La incorporación de tecnologías, no sólo terminó con 30 años de estancamiento productivo, sino que implicó una profunda transformación de la estructura de las explotaciones agropecuarias y de las relaciones económicas y sociales en el agro (Balsa, 2006; Albanesi, 2007).

4) Las transformaciones neoliberales en Argentina a finales del siglo XX
Hacia fines de los ´60 el modelo ISI mostraba signos claros de agotamiento, y comenzaba –en consonancia con el panorama internacional- a vislumbrarse los rasgos de un nuevo modelo de acumulación, que se correspondería con un nuevo tipo de inserción en el mercado mundial (Barsky y Gelman, 2001; Girbal, 2006). Si bien el desarrollo pleno del modelo se alcanzó en la década de 1990 con los gobiernos menemistas ya las políticas de la última dictadura militar alteraron el funcionamiento global de la economía en su conjunto, sentando las bases para un modelo social y sectorialmente desarticulado (Aparicio, Giarracca y Teubal, 1992: 124) en el que se produce una reestructuración industrial, una masiva traslación de excedentes hacia los sectores de más altos ingresos, en detrimento de los sectores medios y populares (Aparicio, Giarracca y Teubal, 1992). En el sector agrario se observaría una significativa modernización tecnológica y una concentración de la tenencia de la tierra, cuyas incidencias en el sector el sector agropecuario serían heterogéneas y decisivas. Estas transformaciones favorecieron el crecimiento de aquellas actividades orientadas hacia la exportación o hacia las demandas de los sectores de altos ingresos.

4.1 transformaciones gubernamentales y políticas económicas
En los orígenes del gobierno militar, instaurado el 24 de marzo de 1976, las políticas de apertura externa favorecieron al sector agro exportador que parecía haber comenzado nuevamente a gozar de ganancias sostenidas. Sin embargo a fines de 1978 se estableció un sistema de fijación anticipada del tipo de cambio (conocido como la tablita) que provocó un retraso importante en la paridad cambiaria generando fuertes pérdidas entre los productores agropecuarios pampeanos.
En 1983, con la instauración nuevamente de un régimen democrático, el gobierno de Alfonsín se vio favorecido por los altos precios internacionales de los granos y las buenas condiciones climáticas, logrando para la campaña 1984/1985 una cosecha record; pero la declinación de los precios en los años subsiguientes, las retenciones a las exportaciones y el shock provocado por la hiperinflación de 1989 provocaron una fuerte disminución de la producción agrícola pampeana[22] (Barsky y Gelman, 2001).
Si se mirasen en su conjunto las décadas de 1970 y 1980, la alternancia entre la instauración y la suspensión de retenciones a las exportaciones de cereales y oleaginosas, los movimientos pendulares del tipo de cambio y las oscilaciones internacionales del precio de los granos, generaron un contexto caótico para el desarrollo de la actividad agropecuaria que necesita una planificación a mediano y largo plazo.
Para superar la crisis de finales de los ´80, profundizada por la hiperinflación -que precipitó la salida de Raúl Alfonsín del gobierno-, la propuesta del Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional y un grupo considerable de destacados economistas fue la de profundizar las políticas neoliberales que venían instaurándose desde hacia 15 años (reducir los gastos del Estado a sus ingresos genuinos, no invertir en el desarrollo de la economía, suprimir las barreras aduaneras y cualquier otro tipo de subvención para cualquier sector, fueron sus rasgos principales). Aprovechando las políticas de apertura irrestricta y la compra de los activos estatales a precios muy convenientes, los capitales internacionales ingresaron a nuestro país en búsqueda de ganancias rápidas.
Las transformaciones sustantivas que signaron la década de 1990 pueden ser ordenadas en tres etapas: la primera marcada por la sanción de las leyes de Emergencia Económica y de Reforma del Estado, en 1989; la segunda, la de la desregulación económica, iniciada en 1991 con la aprobación del Decreto 2.284; y la tercera, conocida como segunda reforma del Estado, en 1995.
La primera etapa consistió, principalmente, en la privatización de las empresas y servicios públicos estatales; etapa que si bien afectó a los productores al incrementarse sus costos de producción, lo hizo de manera menos directa y menos profunda que la siguiente. La Ley de Reforma del Estado dictó la privatización de la gran mayoría de empresas estatales (estas fueron vendidas en su mayoría a inversores extranjeros a precios más que generosos). Con estos ingresos y posteriores endeudamientos, con agentes externos, se financió en una primera etapa el Plan de Convertibilidad y la reactivación de los créditos, sobre todo los otorgados desde el Banco Nación.
El comienzo de la segunda etapa puede ser situado en abril de 1991 cuando entró en vigencia el plan de convertibilidad. La Ley de Convertibilidad (23.928/91) crea una nueva unidad monetaria, el peso, equivalente a un dólar, y establece su libre convertibilidad. Para ello cuenta con el respaldo en divisas extranjeras del 100% de la moneda nacional circulante, no pudiendo financiar a déficit. De este modo se fija el precio del dólar y se deja flotar todos los demás, quedando el gobierno sin los instrumentos clásicos de intervención en la economía, debiendo recurrir al endeudamiento externo o privado para proveerse de divisas (Barsky y Gelman, 2001).
En noviembre de ese mismo año el poder ejecutivo firmó el decreto 2.284 tendiente a desregular el mercado interno de bienes y servicios. Para el sector rural resultó en la abolición de la Junta Nacional de Granos, la Junta Nacional de Carnes, la Corporación Argentina de Productores de Carnes, el Mercado Nacional de Hacienda de Liniers, la Dirección Nacional del Azúcar, el Mercado Consignatario de Yerba Mate, la Comisión Reguladora de la Producción y Comercio de Yerba Mate, el Instituto Forestal Nacional y el Mercado de Concentración Pesquera. Se eliminaron las regulaciones y cupos de los mercados de caña de azúcar, yerba mate, viñedos y uvas, leche e industria láctea y se derogaron los impuestos que servían para financiar a los organismos disueltos (Lattuada y Neiman, 2005). La eliminación de estos organismos públicos reguladores del sector rural que habían permitido la coexistencia de actores económica y socialmente heterogéneos, desataron la competencia intrasectorial, que adquirió entonces una nueva lógica, en dónde el peso de las reglas del mercado internacional fue determinante, afectando profundamente las dinámicas productivas del sector (Gras y Hernández 2007).
La tercera etapa, en 1995, conocida como la segunda reforma del Estado consistió básicamente en la reducción de personal y estatal y en la incorporación de innovaciones menores (Lattuada y Neiman, 2005), pero a esta altura las reglas que afectaban directamente al sector agropecuario ya estaban establecidas.

4.2 transformaciones en el sector agropecuario pampeano con el desarrollo de una economía de mercado plena
Desde comienzos de la década del ´70, se produce un despegue en la producción de cereales y oleaginosas en especial de la soja que cada vez fue ganando más y más importancia. Este incremento en la producción se produce gracias a la incorporación de nuevos paquetes tecnológicos, la doble cosecha y las nuevas semillas (hibridas primero y transgénicas después[23]). Si bien el desarrollo tecnológico no es, en sí mismo, suficiente para este despegue productivo, es un factor esencial.
En esta etapa de la Argentina neoliberal, en especial en los últimos años –la década del `90-, el tradicional antagonismo campo-industria propio de los debates más importantes en materia de desarrollo económico argentino, en el marco de la ISI comienza a desvanecerse. La reestructuración del sector y en especial de la agricultura conllevan a un nuevo modelo de articulaciones entre agro e industria. Una producción primaria que requiere alta tecnologización (en todas sus etapas), productores que comienzan a comercializar directamente con exportadores y exportadores que toman tierras, conforman un nuevo escenario en el cual la puja distributiva ya no tiene lugar entre sectores agrarios e industriales sino dentro de la agroindustria y la producción de bienes primarios. La revolución tecnológica en el agro –asociada a las transformaciones económicas y políticas- hace que las nuevas cadenas productivas estén formadas por una renovada alianza en la que se incluye al campo, la industria (metal mecánica, las biotecnologías, la informática y las comunicaciones) y sectores de servicios. Estos forman una red compleja y dinámica (agrobusiness). De este modo el sector agropecuario íntimamente interconectado con parte del sector industrial al estar orientado al mercado externo, crece, si bien en su interior se profundizan las desigualdades productivas y sociales[24]. Ante la ausencia de mecanismos reguladores, las elecciones de los productores se orientaron cada vez más hacia la soja por ser este el cultivo que mayores beneficios económicos brindaba. Entre los 14 años que separan a los últimos dos censos agropecuarios la superficie nacional de soja aumentó en más de un 150% (Cloquell, 2007). En tres años, a partir de 1996, año en que la soja transgénica (RR) es liberada al mercado, prácticamente desapareció la superficie sembrada con soja no transgénica (Roca, 2003).
La siembra directa es un método que reemplaza a la siembra convencional. En esta última, antes de sembrar había que preparar la cama de siembra, lo cual implicaba generalmente, una pasada de arado de reja[25], una de arado de disco y rolo y una de fumigación –algunas veces inclusive se requería de más labores-. Con la siembra directa la semilla se aplica directamente sobre el rastrojo del cultivo anterior. Esto implica un ahorro de al menos dos labores –traduciéndose en casi un 60% menos de combustible (Dontato, 2005), en desgaste de maquinaria y en horas de trabajo-. La soja, con la aparición de las variedades transgénicas, fue el cultivo más rápidamente trabajado con esta modalidad. La soja RR (Roundup resistente) es una semilla de soja a la cual se le ha introducido un gen de otra especie que la hace resistente a este herbicida de amplio espectro, logrando de este modo superar una de las mayores dificultades que era el control de malezas.
No sólo se ahorra en combustible, eliminar el proceso de arada y conservar el rastrojo es una práctica conservacionista que disminuye sensiblemente la erosión del suelo y ayuda a conservar la humedad.
Entre los chacareros la incorporación de nueva tecnología productiva es una constante y no una novedad (Barsky y Gelman, 2001; Balsa, 2005; Cloquell, 2007), así y todo los avances tecnológicos de las últimas décadas (que además de las semillas transgénicas con sus agroquímicos asociados, la informática como un elemento habitual del proceso productivo, los GPS, los banderilleros satelitales incorporados en algunas máquinas, Internet y la telefonía celular, involucran transformaciones en la gestión) han sido tan radicales que llevan a algunos autores a hablar de una tercera revolución agrícola.
A nivel nacional la cantidad de hectáreas sembradas de trigo entre los años 2000 y 2003 disminuyen en un 7%, las de maíz un 15% y las de girasol un 6%, mientras que las hectáreas sembradas de soja aumentaron 36%[26] (prácticamente triplicando a las de trigo y quintuplicando a las de maíz). La producción, en el mismo período, se mantuvo prácticamente constante en la producción de trigo y maíz, y aumentó un 30% en la producción de soja.
Entre 1995 y 2003 la cantidad de hectáreas en la Provincia de Santa Fe sembradas con soja (de un total de 25 millones) se incrementaron en casi 2 millones, el 70% de esta expansión fue sobre terrenos antes dedicados a la ganadería (Cloquell, 2005).
En esta provincia, el aumento en el uso de fertilizantes, comparando el año 1990 con el 2001, fue del 222%. Entre los agroquímicos los que más aumentaron fueron los herbicidas, asociados a la soja RR, en un 421% (Cloquell, 2005). Hasta 2001, el mayor consumo de insumos y una mayor demanda de tierras fue sólo producto de la necesidad de aumentar la superficie para amortizar los costos cada vez más altos, pero post devaluación (producto de su rentabilidad y de su relativa liquidez) se volcaron a la producción de soja una gran cantidad de capitales financieros, lo que se tradujo en un aumento aún mayor de los costos para lograr un rinde de indiferencia (cantidad que no da ni pérdidas ni ganancias). En el trigo por ejemplo este rinde aumenta de 0,8 tn/ha en 1973 a 1,4 tn/ha en 1994 y 2,1 ó 3,o tn/ha en el 2006 (dependiendo de si se le agrega o no fertilizante). Para los mismos años el maíz pasa de 1,3 tn/ha a 2,7 tn/ha y 3,5 ó 5,5 tn/ha según se aplique fertilizante y riego (Cloquell, 2005: 113 y 114).
En síntesis, la conjunción de los avances tecnológicos y la desregulación estatal desataron una desesperada carrera por aumentar la producción y la productividad. Alentado el panorama interno con un contexto internacional favorable, el agro pampeano experimenta una tercera revolución productiva protagonizada por los nuevos avances en materia de biotecnología (como los maíces BT y las sojas RR), la siembra directa y el campo de la informática y las comunicaciones.


4.3 las nuevas condiciones estructurantes y sus efectos en la agricultura familiar
En los últimos años parece haber una preocupación acerca de cómo los cambios en las condiciones estructurantes afectaron a estos sujetos (Balsa, 2006; Cloquell, 2007; Azcuy Ameghino y Fernández, 2008). Presionados por el aumento de los costos y la disminución de los márgenes de rentabilidad gran parte de los productores se lanzaron a una carrera de incorporación de tecnología, dejando apreciar a lo largo de la década un aumento sostenido en la inversión de capital circulante, principalmente fitosanitarios y fertilizantes.
Al producirse una importante recuperación de los agregados monetarios se produjo una recuperación del crédito. Los saldos de préstamos del total de las entidades bancarios para el sector agropecuario subieron dos veces y media entre diciembre de 1990 y junio de 1993. El Banco Nación, para el sector agropecuario, implementó un conjunto de créditos basado en cédulas hipotecarias con tasas mucho más bajas que las vigentes en el mercado (Barsky y Gelman, 2001). A fines de la década, sólo el Banco de la Nación Argentina tenía en su poder 14 millones de hectáreas hipotecadas en la Pampa Húmeda.
La imperiosa búsqueda en el aumento de la productividad resultó en la expulsión del circuito productivo de todos aquellos que no llegaron a capitalizarse lo suficiente como para incorporar estos nuevos paquetes productivos. Las explotaciones de menos de 200 hectáreas fueron las más drásticamente afectadas. Éstas que son las asociadas al vasto mundo de la agricultura familiar, explican el 93% de la disminución total de unidades productivas en el período 1988 -2002. . En la provincia de Santa Fe, según datos censales (1988-2002) desaparecieron 2049 explotaciones de entre 51 y 200 hectáreas, el 31%, de las explotaciones. Simultáneamente las explotaciones mayores de 300 hectáreas aumentaron su superficie promedio en 97 hectáreas.
Las adversidades económicas por las que atravesaron los productores también se ven reflejada en los registros de la SAGPYA; la venta de tractores, para el período enero-mayo de 1997 comparado con el mismo período de 2000, pasó de 1987 unidades a 700 unidades, y de 704 cosechadoras a 203.
Con estos cambios y superada la situación crítica en relación a los precios internacionales, sumados al endeudamiento y el requerimiento de capitales para la nueva agricultura, comienza para algunos autores el final de una agricultura familiar diversificada (Giarraca, Gras y Barbetta, 2005).
Las transformaciones ocurridas a través de la etapa que comenzó en los años ´70, pero fundamentalmente el conjunto de transformaciones macro económicas de los ´90 tuvieron consecuencias profundas para la agricultura familiar. La cotidianeidad de los agricultores, la gestión de sus empresas (marcado un incremento de importancia de la gestión en detrimento del trabajo físico), la red de relaciones socio mercantiles (Muzlera, 2007) y las dinámicas de sus familias, se vieron profundamente transformadas. Tal es la magnitud de estos cambios que, la bibliografía reciente ha puesto en cuestión la supervivencia de “el mundo chacarero” interrogándose sobre su desvanecimiento (Balsa, 2006 y Cloquell, 2007).


CAPÍTULO III
LOS CHACAREROS DEL SUR DE SANTA FE: EXPLOTACIÓN Y FAMILIA A COMIENZOS DEL SIGLO XXI.

1) Introducción
Las transformaciones en el escenario político y los desarrollos científico técnicos relacionados con la producción agropecuaria han compelido a los chacareros –una vez más- a transformarse. Estos sujetos durante más de un siglo se han adaptado a los cambios en las condiciones estructurantes, pero a diferencia de otros momentos, donde se adaptaban conservando sus rasgos básicos, la última década del siglo XX muestra transformaciones sustantivas en esos rasgos. Elementos que habían persistido durante generaciones –como la importancia del trabajo físico, la relación con la tierra y el lugar de la familia en el proceso productivo- ahora están cambiando. Dimensiones sobre las cuales históricamente se había construido la identidad de estos productores, aparecen tensionándolos, colocándolos frente a la disyuntiva de “cambiar” o ser desplazados de la producción.
Varias generaciones después del arribo a estas tierras, gran parte de los productores familiares de la zona siguen presentándose –con orgullo- como colonos o chacareros. Esta estrategia de presentación refiere, no sólo a un origen inmigrante, sino y fundamentalmente a lo que podríamos conceptualizar como un habitus[27] que influye en su manera de producir y en el resto de los ámbitos de su vida. ¿Cuáles son los rasgos de esos habitus y cuáles son los límites de la categoría chacarero? ¿A partir de traspasar qué límite sería incorrecto hablar de chacarero? A una reflexión en torno a estas preguntas está orientado el presente capítulo.
La heterogeneidad parece ser un rasgo distintivo en las explotaciones de los chacareros. Esta heterogeneidad refiere: al tamaño de sus explotaciones, a el nivel de capitalización, a el modo de organización interna, a las estrategias de inversión y a los vínculos con las familias.
Nuestros entrevistados trabajan explotaciones que oscilan desde superficies menores a las 50 hectáreas hasta 2000 hectáreas, combinando la propiedad de la tierra con el alquiler; están quienes han debido dejar el campo familiar para trasladarse a tierras productivamente marginales para la agricultura –sólo aptas para ganadería- y quienes trabajan el mismo campo que ha estado en manos de la familia desde hace 3 ó 4 generaciones. Entre los chacareros entrevistados hay quienes poseen todas las maquinarias, los que poseen algunas y los que no poseen ninguna; los que han establecido una división del trabajo dentro de la explotación y los que no; los que trabajan con hasta 3 familias (primos, tíos, hermanos, padres o hijos) y los que trabajan solos; los que contratan mano de obra permanente y los que no; los que complementan los ingresos con alguna actividad extrapredial y los que no, los que viven aún en la explotación y los que viven en el pueblo.


2) La organización del trabajo y la gestión de la explotación
Retomando la pregunta por los límites y tratando de identificar alguno de ellos, observamos que la presencia del productor en la organización de la gestión es un rasgo común a todas las explotaciones chacareras. Esta gestión puede ser compartida entre varios integrantes de la familia, o estar a cargo de una sola persona (en general, el jefe de hogar), pero nunca se delega en manos de un tercero. Todos los productores entrevistados siguen vinculados al trabajo en la explotación –al menos en su organización y toma de decisiones-, desde las explotaciones más pequeñas hasta las más grandes.
La gestión –así como el resto de las tareas en la explotación- se ha ido profesionalizando. La noción de profesionalización refiere al proceso por medio del cual el cálculo y el conocimiento científico-técnico (vinculados a una racionalidad formal) va desplazando a un tipo de racionalidad en la que aún pesaban elementos afectivos (típicos de una racionalidad sustantiva) (Weber, 1996 [1922]). Este proceso conlleva un desplazamiento de usos y costumbres heredados de generación en generación por medio de la incorporación del habitus. Las competencias vinculadas a la gestión ya no se aprenden de los padres –como fue durante generaciones- sino de especialistas.
Ninguno de nuestros chacareros terminó una carrera universitaria –aunque algunos la comenzaron-, pero todos ellos –en distinta medida- valoran el saber experto. Los saberes vinculados a la producción son aprendidos, en general, por medio de charlas de capacitación a cargo de profesionales -estos suelen ser ingenieros agrónomos, pero no exclusivamente-. Las charlas y jornadas de capacitación tienen lugar en la sede de la cooperativa de la localidad o el INTA zonal. Estás a su vez son complementadas con el asesoramiento técnico que brindan los ingenieros agrónomos en las visitas al campo. Este asesoramiento casi con exclusividad es un servicio brindado por la cooperativa a la cual el productor entrega la cosecha y compra los insumos, o por las agronomías[28] que cumplen la misma función. Este servicio no se paga como tal sino que se incluye como parte de su condición de “clientes”. Los ingenieros que los asesoran son a su vez vendedores de insumos de estas empresas. Teniendo en cuenta esta filiación laboral de los técnicos asesores, es que algunos productores desconfían de su consejo y relativizan las recomendaciones de aplicación de agroquímicos o disminuyen las dosis.
“Y viste… uno a los ingenieros tiene que escucharlos pero darles bola hasta ahí. Después de todo ellos –al igual que cualquiera- quieren hacer su negocio. Lo único que nunca tenés que dejar de echarle es urea[29]. Remedios y fertilizantes medio es una cuestión de suerte, yo siempre le meto un poco menos de lo que te dicen.” (Matías Raineri)
Si bien la profesionalización en el manejo de las explotaciones chacareras pareciera ser un proceso generalizado, no está exento de tensiones, en la medida que implica abandonar prácticas del pasado muy arraigadas en los habitus de los sujetos. Uno de nuestros entrevistados nos relataba: “Yo me esfuerzo para que tengamos reuniones de directorio en lugar de charlas de galpón, pero no es fácil. Estamos acostumbrados a charlar las cosas así nomás” (Claudio Martínez).
Las labores agrícolas requieren cada vez menos esfuerzo físico y más trabajo intelectual, el cuál va demandando cada vez mayor capacitación y la puesta en práctica de nuevas habilidades.
Para algunos de estos chacareros se ha hecho algo común estar al tanto del comportamiento de los mercados internacionales y planificar la comercialización del producto desde el momento de sembrar operando con mercados, futuros, forward u opciones[30].
No sólo la comercialización demanda nuevas competencias intelectuales, la siembra directa si bien es ahorradora de tiempo requiere una visión de proceso más completa y más exigente que la siembra convencional dejando menos margen para el error, debido a que su éxito depende en gran medida de la precisión en la aplicación de los tiempos y dosis que requiere el proceso.
La demanda de una mayor capitalización –asociada a los nuevos paquetes productivos-, por un lado, y el menor requerimiento de mano de obra, por el otro, dan como resultado una diversidad de estrategias productivas; las cuales dependen del tamaño de la explotación y su nivel de capitalización, del momento del ciclo de vida familiar por el cual se esté atravesando, las necesidades de la familia y la composición de la familia y el nivel de compromiso de cada uno de los integrantes con la empresa familiar.
Las explotaciones de mayor tamaño suelen tener toda la maquinaria necesaria para realizar todo el proceso productivo –tractor (en general 2 ó 3 de distintas potencias y antigüedades), sembradoras de directa (grano grueso y grano fino), fumigador y equipo de cosecha- a medida que el tamaño de la explotación va disminuyendo la cantidad de servicios que se debe contratar va en aumento.

Maquinaria que se contrata según el tamaño de la explotación
Labores que contrata la explotación
Cantidad de explotaciones (en la zona sur)

Superficie promedio (en ha)
Número
Porcentaje
Ninguna(posee todas las maquinarias
13
33%
531
Contrata sólo cosecha
3
8%
373
Contrata la cosecha y al menos otra labor
14
36%
120
Contrata todas las labores
5
13%
68
No se poseen datos
4
10%
***
Total
39
100%
240
Fuente: Elaboración propia en base a entrevistas a productores (Años 2005 -2008)

Todas las explotaciones en algún momento han tenido maquinaria propia. Algunas están sufriendo un proceso de descapitalización, otras se expanden y están las que permanecen más o menos con el mismo nivel de capital. Es una práctica común que aquellas explotaciones más grandes vendan servicios a las más pequeñas; de las explotaciones que tienen todas las maquinarias sólo 2 no venden servicios. La venta de servicios no es exclusiva de los productores que tienen todas las maquinarias, 20 de nuestros entrevistados venden servicios a otros productores –lo cual implica que algunos de ellos aún sin tener la maquinaria para realizar todas las labores venden servicios de fumigación o de siembra y contratan la cosecha-. La venta de servicios es una estrategia para reforzar los ingresos generados por la explotación.
Cuando esta complementariedad de ingresos -obtenida por la venta de servicios se convierte en el ingreso principal, éstos dejan de considerarse chacareros para ser contratistas.
La maquinaria, entre los chacareros, no sólo es una herramienta de trabajo, es también un símbolo de status. Cuando su nivel de capitalización se los permite es probable que tengan maquinaria con capacidad de trabajo ociosa. Los “fierros” –como los denominan ellos- ocupan un lugar importante en sus charlas y en sus vidas. Esta doble función de la maquinaria –como herramienta de trabajo y como símbolo de status social- es lo que explica decisiones de inversión, aún cuando la escala productiva no lo justifique en términos económicos. Como casi siempre los símbolos de status social, no son presentados en sociedad explícitamente como tales; hacerlo produciría que el poseedor del símbolo en lugar de ser admirado fuese criticado por presuntuoso. Uno de nuestros entrevistados, Lucio Antolicce, chacarero, con un parque de maquinarias que cubría holgadamente sus necesidades productivas nos decía al respecto: “Y siempre un fierro de más es una tranquilidad. Los forzás menos y si se rompe uno tenés otro.” Son los otros, antes quienes se muestra ese símbolo, los que “señalan” esa necesidad que excede lo productivo.
La maquinaria ociosa como símbolo de status es una característica chacarera, no se da entre cualquier tipo de productor. Los pooles de siembra no tienen maquinaria propia. Y los productores con un asumido perfil empresarial, que han construido sus biografías productivas como empresarios y no como chacareros, tampoco suelen tener maquinaria ociosa. Entre nuestros entrevistados, Martín Rodríguez, que se presenta como un empresario, nos decía al respecto:
 “Tener siempre las últimas máquinas y las más grandes no siempre es negocio. Uno tiene que ver en cuanto se amortizan, es como cambiar la camioneta, uno no la cambia todos los años porque no es negocio. Más vale que falte un poco y salir a alquilar a que te sobre y tener el capital ahí parado. Igual, nosotros en este momento estamos justo con lo nuestro.”
Martín Rodríguez, de 26 años, es ingeniero agrónomo y junto a su padre tiene una explotación de 2000 hectáreas, de las cuales sólo 100 son propias. Ellos son unos de los pocos tomadores de tierras de la zona durante los últimos años. Acceden a las tierras pagando más de lo que pagan los chacareros, lo cual genera en gran parte de ellos un sentimiento de recelo y desconfianza. “Y yo no sé como hace para pagar lo que paga… los números no dan” nos decía Francisco Erreguerena, quien había perdido un campo que alquilaba hace muchos años porque el padre de Martín le ofreció al dueño más dinero del que pagaba Francisco.
Martín llegó a la entrevista –en uno de los bares del pueblo- en una camioneta de unos diez años que dejaba ver su uso como herramienta de trabajo; Francisco tiene una Toyota Hilux 4 x 4 doble cabina de menos de dos años de antigüedad. Cuando Martín llegó al bar, si bien saludó a los presentes lo hizo desde lejos, era claro que no era uno de ellos; no fue saludado como se saludan entre los chacareros, habitúes del lugar a esa hora de la mañana. Las referencias acerca del padre de Martín como alguien del cual hay que “desconfiar” son frecuentes en las entrevistas de los chacareros.
Las tareas de gestión también han ido cambiando, asumiendo cada vez modalidades más profesionalizadas que involucran una división del trabajo interno. La especialización, principalmente en la agricultura, responde, en parte, a un aumento en la cantidad de conocimiento científico técnico que requiere cada actividad.
Claudio Martínez nos contaba:
-Entrevistador: ¿Cómo es que se organizan tranqueras adentro? ¿Cómo toman las decisiones? ¿Cuál es la organización interna de la explotación?
-Productor: Bueno, está un poquito dividido. Por ejemplo, yo me encargo de todo lo que es manejo agrícola, todo lo que es sementeras lo decido prácticamente yo. (…) voy planificando y les muestro lo que ya hice y planeé, lo que tengo hecho. La mayoría de las veces me dicen, ´dale, al pelo, metele´. Y en la parte de ganadería yo ya no estoy tanto; ahí están más mi primo y mi tío. Ellos están más empapados en eso. Entonces yo no gasto mucho tiempo en eso porque sé que lo hacen bien.
(…) todos los meses, hago un resumen de lo que vendría a ser la cuenta corriente. Lo hago en computadora. Yo lo voy llevando… a fin de mes cada uno me pasa una planilla de todos los gastos y yo los anoto. Me hice un programita para poder controlar que los cuatro vayamos parejos. En los ingresos no hay problema porque cuando viene el cereal a la cooperativa ya saben que es el 25% para cada socio. En la venta de hacienda, lo mismo, pero en los gastos… por ahí alguno compra gasoil, el otro fertilizante, el otro glifosato y la tarea mía es llevarnos a los cuatro parejos.”
La importancia que van tomando las tareas de gestión –así como la diversidad que este tipo de tareas presenta-, está también vinculada al aumento de las necesidades de capitalización, que requiere el nuevo modelo. Por un lado en aquellas explotaciones que experimentan un proceso de descapitalización, las últimas actividades que el productor abandona son las relativas a la organización y la toma de decisiones; simultáneamente la necesidad de capitalización fuerza a los productores –que aún están en condiciones de hacerlo- a tomar decisiones respecto a cómo capitalizarse –o no- y qué riesgos asumir.
En aquellas unidades que han quedado con un parque de maquinarias obsoleto y deben contratar todos los servicios, la figura del productor es la de quien toma decisiones y arriesga su capital sin involucrarse –directamente- en el proceso productivo. Paradójicamente –entre el grupo de nuestros entrevistados[31]- este productor con rasgos que parecen más empresariales, atraviesa en muchos casos situaciones de desplazamiento. La tercerización de todas las tareas puede ser en tal sentido una suerte de paso previo a la conversión en rentista, es decir, alquilar la tierra a otros productores y recibir sólo la renta de la tierra.
La segunda dimensión que mencionaremos refiere a los comportamientos de los chacareros frente a la inversión y su relación con los créditos. Los chacareros son productores con una larga historia en la toma de créditos, éstos han sido utilizados tanto para capitalizarse como para producir (ya sea ante campañas adversas que los han dejado sin el suficiente capital para reinvertir o ante la posibilidad de negocios ocasionales que devolverían una rápida liquidez).
Están los que invierten a partir de la toma de créditos y aquellos que se autodenominan “conservadores”, significando de este modo que sólo invierten dinero que han podido ahorrar previamente. En los relatos de nuestros entrevistados, aquellos que no han asumido el riesgo de tomar créditos, en su mayoría, han mantenido su nivel de capitalización. Entre aquellos que han decidido endeudarse para invertir están los que han logrado capitalizarse y los que han sido desplazados de la producción –total o parcialmente[32]-.
La otra esfera relevante para caracterizar a la producción familiar es la familia, en tanto ésta tradicionalmente aportó la mayor parte de la mano de obra que requería el proceso productivo, y la explotación garantizaba el empleo de la mano de obra familiar y el sustento de la familia. ¿Cómo se configura en este nuevo escenario productivo la relación con la familia?


3) La familia y su influencia en la explotación
A pesar de que las explotaciones dependen cada vez menos de la mano de obra aportada por los miembros de la familia, ésta sigue teniendo una gran influencia en el destino de la empresa. Las inversiones y las dinámicas de las explotaciones siguen siendo planificadas en base a las necesidades familiares.
La relación que se establece entre las familias y las explotaciones invita, una vez más, a reflexionar acerca de las definiciones y límites de la categoría. ¿Podemos seguir hablando de explotaciones familiares si la familia no aporta mano de obra?
Como ya mencionamos, el aporte de la mano de obra de los integrantes de la familia tiende a reducirse hasta encontrarnos con situaciones en los que es nulo. La mitad de los productores de nuestra muestra se encuentran trabajando sin ningún otro miembro del grupo familiar, y el 75% de esta mitad no tienen ningún empleado en forma permanente.
No obstante esta aparente desvinculación de la familia con la explotación, todos nuestros entrevistados, sin excepción alguna, presentaron como rasgo en común que las finanzas de la explotación son comunes a las de la familia. El criterio para decidir sobre el uso del dinero son las urgencias de la explotación y las necesidades de la familia, siendo las necesidades de la familia las que inclinan –la mayor parte de las veces- la balanza cuando el dinero no alcanza para los requerimientos de ambas.
“Normalmente, nosotros vamos viendo las prioridades que hay. Por ejemplo, ahora, el caso puntual es cuando se pueda cambiar una de las cosechadoras -porque está quedando muy atrás el modelo y cada vez se va hacer más difícil cambiarla- la cambiamos. Entonces supongamos, que este año (hasta ahora los precios vienen bien y la cosecha pinta bien), haya margen para poder cambiar la cosechadora, entonces eso se habla entre todos ´¿qué hacemos? ¿la cambiamos, no la cambiamos? ¿la pagamos entre todos? ¿Sacamos un crédito a cuatro años? ¿no lo sacamos?´ (Claudio Martínez)
En sintonía con estos relatos, muchos otros han expresado cómo eventualmente han pospuesto, por ejemplo, un cambio de cubiertas de una máquina para salir de vacaciones, o una inversión más importante dentro de la explotación porque con ese dinero se decide pagar los gastos de algún hijo que comienza sus estudios universitarios.
Esta interdependencia entre el funcionamiento de la empresa y el ciclo de vida familiar no es sólo una característica chacarera; libros técnicos destinados a asesorar la gestión de empresas familiares agropecuarias (Ducos y Ulloa de Porrúa, 2003 y Thornton, 2005) aún pensando en explotaciones que -por sus dimensiones, actividades y capitalización- exceden a las explotaciones de nuestros entrevistados, hacen del tratamiento de este tema un eje central de sus trabajos.
En 17 de las 41 familias entrevistadas se completa el ingreso producido por la explotación con trabajo extrapredial del tipo venta de servicios agrícolas (en general siembra y fumigación). La venta de servicios suele estar  a cargo del jefe o algún otro miembro directamente vinculado a la explotación. La venta de servicios agrícolas de este tipo comúnmente se combina con la contratación de otro servicios para la propia explotación (alguna maquinaria que la explotación no posee), en general el servicio que más se contrata es el de cosecha. Aquellos que venden servicios de cosecha no suelen ser chacareros sino que ésta actividad suele ser su fuente principal de ingresos.
Lo que sí hemos podido observar es la búsqueda de ingresos extraprediales por parte de la familia, para reforzar los ingresos de la explotación cuando estos son insuficientes para solventar los gastos de la unidad doméstica. Por ejemplo, en coyunturas económicas adversas -como la vivida por estos productores a fines de la década de 1990- algunas mujeres –que habitualmente se dedicaban sólo a las tareas domésticas - comenzaron a desarrollar actividades extraprediales generando ingresos complementarios a la explotación (como la venta de quesos y dulces caseros). Sin embargo, la mayor parte de las veces estas actividades son abandonadas en cuanto se superan las dificultades económicas, más agudas.
Esta mutua e imbricada interdependencia no implica que los lazos entre la familia y la explotación no experimenten modificaciones o se debiliten. Si bien el hecho que las finanzas sean comunes es una característica de suma importancia, es necesario no pasar por alto aquellos puntos de interconexión que se reconfiguran e incluso se desvanecen.
Entre los productores entrevistados, la explotación es la principal fuente de ingresos del hogar, y con frecuencia la única. Y el hogar es el que aporta (vía el compromiso de trabajo de alguno de sus miembros, en particular, masculinos) los recursos humanos para la explotación. Este último término de la relación (el compromiso laboral de la familia con la explotación) se ve cada vez más debilitado. De nuestra investigación, se desprenden dos factores principales: a) el debilitamiento de los lazos afectivos de los hijos de los chacareros con la explotación y con la actividad en su conjunto. Ello es producto, por un lado, de que ya no viven en la explotación y por otro, de la profesionalización de la actividad, lo cual implica otras formas de significarla; y b) de las pocas perspectivas de continuidad que genera la explotación, especialmente en el caso de las más pequeñas.
Entre los hijos de nuestros entrevistados sólo algunos de los que poseen las explotaciones de mayores dimensiones se proyectan continuando la tradición familiar. La mayoría, por el contrario, estudia carreras totalmente desvinculadas de la producción agropecuaria.
“Y a mí me encantaría que mi pibe siga, pero no sé… no le veo uñas de guitarrero. Tiene todo armado, pero a él le gusta el dibujo” (Lucio Antolicce).
Aún cuando los hijos estudien carreras vinculadas a la producción, ello no implica que planifiquen continuarla, en particular si la explotación es pequeña. Tal es el caso de la familia Goicochea: poseen 30 hectáreas propias y 21 hectáreas alquiladas a la hermana del jefe. La familia tiene cuatro hijos, dos varones y dos mujeres, una de las mujeres es enfermera y, la otra estudia abogacía (ambas viven en Rosario). Los dos varones se inclinaron por la veterinaria: el mayor, ya recibido, se especializó en caballos de carrera y el menor aún está estudiando. Ninguno de los hijos piensa continuar el trabajo en el campo[33]. El hijo mayor en una entrevista nos decía:
“si ninguno de nosotros puede trabajarla [se refiere a los hermanos] cuando ellos [los padres] ya no puedan seguir, qué se yo, la transformaremos en una casa de fin de semana para que vivan mis viejos, para que vengamos con nuestros hijos y donde nos reunamos toda la familia.
(…) ¿¡Trabajar el campo nosotros?! [se refieren a los hermanos] ¡no! Yo vi lo que sufrieron ellos [los padres] y no quiero pasar por eso. Gracias a su sacrificio nosotros pudimos estudiar y ahora tengo una carrera, darles una mano sí pero continuar yo, ni loco!”

En las explotaciones chacareras, si bien el compromiso laboral de la familia disminuye –en especial en el trabajo directo-, esta se sigue reservando tareas críticas como la gestión (como ha señalado Craviotti, 2001, y encontramos en nuestra investigación). Las perspectivas de continuidad de la explotación dependen de mantener de alguna forma el compromiso de la familia con ella. En ese marco, la herencia deviene una cuestión problemática. Referiremos a ello en el siguiente capítulo.


CAPITULO IV

TRANSFORMACIONES, CONTINUIDADES Y TENSIONES EN LOS HABITUS CHACAREROS. LA HERENCIA EN LA PAMPA GRINGA


1) Introducción
La Pampa Gringa ha sido históricamente escenario de colonos o chacareros. El pasado colono atraviesa –de modo complejo- las historias familiares de los productores de la región, influyendo fuertemente en las biografías de aquellos que heredaron (y fueron heredados por) esa tradición chacarera. Tal es el peso de esa herencia que seguir llamándose “colonos” o “chacareros” es una divisoria de aguas entre quienes pretenden haber superado esa forma de producir (Hernández, 2005) y quienes se aferran a ella y los valores que le asignan.
Los chacareros durante más de un siglo se han adaptado a los cambios en las condiciones estructurantes. A diferencia de otros momentos de cambio, donde estos sujetos emergían –si bien disminuidos en número - conservando sus rasgos básicos (un fuerte vínculo con la tierra, mano de obra familiar como principal fuerza de trabajo y capacidad de acumulación), la última década del siglo XX muestra transformaciones sustantivas en esos rasgos. Estos procesos de transformación los tensionan, colocándolos frente a la disyuntiva de modificar rasgos que hacen a su identidad o ser desplazados de la producción. No todos los sujetos logran adaptarse, algunos son desplazados de la producción agropecuaria[34].
En el presente capítulo nos proponemos explorar cómo a través de las prácticas sucesorias actúan mecanismos de reproducción social heredándose mucho más que bienes materiales. La observación rigurosa del mandato paterno, internalizada en el habitus chacarero, puede poner en peligro la continuidad y la subsistencia de una explotación (y con ella una historia familiar de generaciones). En efecto, los herederos, sin ser siempre plenamente consientes de ello, se encuentran tensionados entre las contradicciones que surgen en ese mandato heredado y las exigencias que la actividad agropecuaria les plantea en la actualidad.
Los chacareros no sólo poseen características productivas derivadas de las condiciones materiales de existencia que le son propias, sino también una subjetividad que es central al momento de posicionarse ante las transformaciones exógenas del modelo. Ante un desafío, una disyuntiva, no todo el abanico de posibilidades que estas condiciones materiales de existencia hacen potencialmente posibles, son realmente tales. La estructura cognitiva recorta el universo de posibilidades, determinando un espectro específico de alternativas. En tal sentido, consideramos las maneras en que eligen autopresentarse y el colectivo en el que se incluyen (chacareros, empresarios, ex chacareros) cuestiónes de suma importancia, porque nos habla de estos horizontes de acción. Sus estrategias de presentación refieren a una genealogía enraizada tres o cuatro generaciones atrás, y reivindica una continuidad con ese pasado, posicionándose simultáneamente frente a un otro: los empresarios. Esos otros se presentan públicamente como superadores de la forma de producir chacarera, en tanto se consideran más modernos, eficientes y exitosos[35]. La imagen del éxito que erige a los empresarios como los actores centrales del escenario agrorrural contemporáneo, construida en medios de comunicación, congresos y ferias, e incluso en maestrías y posgrados, por un lado culpabiliza a los chacareros que debieron dejar la producción, y por otro, estereotipa a los que siguen insertos en el circuito productivo: los “innovadores” empresarios y los “anticuados y brutos” colonos que se fundieron “por no hacer las cosas como es debido” o bien que se “empecinan” en seguir produciendo tal como lo hacían sus padres, y en consecuencia, se ven empujados, en forma creciente, fuera de la producción.
Sin embargo, estas representaciones de los chacareros como “tradicionales” o “antiguos” parecen no encontrar sustento en sus prácticas. Tal como hemos observado en nuestro trabajo de campo[36], los chacareros han experimentado numerosas y permanentes transformaciones en sus niveles tecnológicos, en los modos de organizar sus explotaciones y en el tipo de organización familiar. Su carácter dinámico ha sido resaltado por una parte de la historiografía (Flichman, 1977; Sabato, 1988 y Barsky y Gelman, 2001). Estos chacareros son los mismos que hoy luchan por sostener su condición, lo cual implica entre otras cosas adaptaciones y cambios permanentes, compeliéndolos a reconvertir sus habitus y sus capitales –con suertes diversas, resultados heterogéneos y tensiones múltiples.
Como ya mencionamos, para nuestros entrevistados ser chacarero es mucho más que un oficio o una categoría productiva, es una forma de vida. Como todo modo de vida implica la adscripción a ciertos valores y costumbres, a punto tal que algunos de ellos pueden llegar incluso a “sacrificar” sus medios de supervivencia para no “traicionar” sus valores y costumbres.
 
2) El valor de la tierra heredada
En la idiosincrasia chacarera la tierra es portadora de valores extra productivos; además del valor de uso, la tierra está asociada al nombre (Manildo, 2007). Una conocida poesía de Osiris Rodríguez Castillo, Como yo lo siento, recitada por un personaje que está a punto de vender su campo –en sus versos finales- ilustra la intrínseca relación de este hombre de campo con la tierra, en la que ésta es mucho más que un elemento productivo.
Mi campo conserva cosas
guardadas en su silencio
que yo gané campo afuera,
que yo perdí tiempo adentro.
No venga a tasarme el campo
con ojos de forastero
porque no es como aparenta
sino como yo lo siento.
Su cinto no tiene plata
ni pa´pagar mis recuerdos...

Estos valores extra mercantiles que dificultan enajenar la tierra, como es de esperar, tienden a desaparecer. En el nuevo modelo productivo, la tendencia es a traducir todo a la magnitud del dinero y en base a ella calcular costos y beneficios, económicamente ponderables. Huelga decir que este proceso no está exento de tensiones y que no todos logran transitarlo con éxito. Un elemento significativo del mismo y que confirma el valor no monetario de la tierra es que aquellos productores que se han dinamizado en los últimos años siguen considerando al campo familiar como un “patrimonio”. Precisamente, los productores que han incrementado el tamaño de sus explotaciones son los que tienen la posibilidad de seguir acumulando sin poner en juego ese recurso (productivo y familiar) tan preciado que es la tierra heredada.
Entre nuestros entrevistados dos de los titulares de explotaciones de mayor tamaño (ambos con más de 300 hectáreas propias) refieren claramente a cómo la tierra es un valor familiar, que en ella se escribe su historia, la de sus padres, sus abuelos y bisabuelos. Una de esas explotaciones fue adquirida por la que llamaremos primera generación y perdida en su gran mayoría por la segunda. La tercera generación fue comprando campos y vendiéndolos para comprar “las tierras originales de la familia”, a medida que se iban presentando las oportunidades. Actualmente los miembros de esta tercera generación están retirados y la cuarta generación deja ver en sus relatos y en sus estrategias cómo ese campo es parte de su identidad, de su historia familiar.
“Y si yo un día tuviese que vender el campo creo que me pego un tiro… yo no entiendo como aguantaron mis primos… bue… no tuvieron que venderlo todo…. Acá en esta casa está mi vida. En esta misma habitación funcionaba el aula de una escuela que construyó mi abuela para que los chicos del campo pudiesen venir a estudiar. Antes el campo estaba más poblado, ahora ta´ lleno de taperas, por donde mires un ranchito abandonado comido por los yuyos. Como te decía mi abuela construyó la escuela y el gobierno pagaba a las dos maestras.
En este campo está la historia de toda mi familia, mi vida.” (Claudio Martínez)
¿Qué sucede entonces cuando el campo familiar no se puede mantener? Encontramos esa situación entre varios de nuestros entrevistados, que se enfrentaron a lo que refieren como un verdadero “dilema”: pagar sus deudas con los bancos (la “palabra empeñada”) o mantener el campo familiar. Entre nuestros entrevistados, los que se vieron imposibilitados de cumplir con sus obligaciones crediticias, vendieron las tierras antes de que estas fueran rematadas para pagar sus deudas. Algunos tomaron la decisión en una etapa temprana del proceso de endeudamiento (vendiendo entonces una porción del campo), otros demoraron más. Entre los primeros muchos son de los que pudieron comprar, con el capital sobrante, campo en zonas productivas más marginales. Son estos los que presentan a la tierra más puramente como una mercancía o para expresarlo en otros términos, concebir la posibilidad de desprenderse de la propiedad familiar sin que hacerlo comporte un desconocimiento de la propia identidad, ni traicionar el linaje[37]. Alcanzar esta instancia a tiempo ha sido muchas veces la divisoria de aguas entre seguir siendo un chacarero o perder la condición de productor. El vender la tierra familiar pero mantenerse en la actividad, trabajando otros campos, permite resguardar su identidad y expiar, en parte, la culpa por esa “deshonra a la familia” que significó haber vendido el campo heredado.
En las palabras de nuestros entrevistados esto se observa de manera elocuente: “A la hora de comprar o vender, no podés pensar si ese toro o ese campo eran del abuelo porque te quedás afuera” (Entrevista, 2006 en Manildo y Muzlera, 2007). Este mismo productor minutos después se lamentaba que su padre no conociera el campo que en definitiva fue producto de la venta de las tierras familiares.
Son estos chacareros, que llegaron a significar la tierra como una mercancía, los que en el despliegue de estrategias defensivas logran incluso desarrollar rasgos de tipo empresarial. 
El origen de la tierra es así un factor influyente en la posibilidad de concebirla como un bien transable en el mercado. La tierra heredada por línea paterna es la más difícil de enajenar; la sigue en orden de importancia la tierra heredada por línea materna, sobre todo si estas no fueron incorporadas a la explotación tempranamente; y finalmente las tierras –si las hubieras- que fueron adquiridas por el productor en el mercado.
La herencia funciona así no sólo como mecanismo de reproducción social sino también como núcleo de prácticas de dominación masculina: la herencia paterna es la más importante y si hubiese que optar entre vender un campo u otro, el originado en la herencia paterna es el que se busca preservar. La tierra es asociada al apellido y éste es trasmitido patrilinealmente. Al mismo tiempo, junto con la propiedad se hereda la obligación de mantener a los padres, si estos traspasan el mando de la explotación en vida (cosa que sucede frecuentemente) Se hereda también, la obligación de mantener a las hermanas solteras y todas las obligaciones que tenían los padres; se hereda el “honor” de continuar la historia familiar. Vemos cómo no se heredan sólo beneficios, junto con los derechos se heredan obligaciones y responsabilidades, las que en momentos de profundas transformaciones sociales pueden ser una carga pesada. Resignificar la “herencia” puede generar conflictos y tensiones para los propios sujetos y en sus vínculos familiares; lograrlo muchas veces es la diferencia entre poder conservar algo (ya sea una porción de la tierra familiar o la condición de “productor” ) o perderlo todo. Y una vez más este “todo” excede en su referencia a las condiciones materiales, no haber podido distanciarse del habitus y las disposiciones heredadas ha implicado en ocasiones que junto con el desplazamiento de la actividad tengan lugar procesos de estigmatización y de auto marginación social producido por sentimientos de vergüenza (además de sufrimientos sociales[38]).

3) Innovadores, por tradición
La modernización asociada a la incorporación de nuevas prácticas agronómicas es un elemento común entre los chacareros. La incorporación de “novedades” en este plano forma parte de disposiciones características de los chacareros, que también se “heredan”. Basta recordar la altísima tasa de incorporación de soja transgénica en el país que en sólo tres años pasó del 0 % al 90%, mientras el promedio mundial sólo fue del 35% en ese mismo período (Roca, 2003).
“Los gauchos eran brutos y vagos, se la pasaban todo el día corriéndose alrededor de la sombra de la planta y a la noche chupaban y fumaban. Los gringos que llegaron a estas tierras, muertos de hambre, se mataron trabajando y sabían como cultivar la tierra” (Juan Martínez, 84 años, miembro de la tercera generación antes mencionada).
La incorporación permanente de novedades no se hace de manera indiscriminada entre los chacareros. Si bien no dejan de experimentar una novedad por extravagante que parezca, no la adoptan completamente en una primera instancia, más allá del aval con que ésta esté asociada (INTA, el Ing. de alguna semillera, un vecino, etc.). Primero hacen una prueba de uno o dos años en una parte de la explotación y después –si fue exitosa- la adoptan completamente. Esto está relacionado con cierta “desconfianza” – sobre todo entre los de mayor edad - hacia el saber experto de origen extralocal. Las sucesivas entrevistas revelan que esta desconfianza se traduce en una práctica beneficiosa para los productores. La evaluación de las mismas durante una o dos temporadas desarrolla en cada productor los saberes específicos que esa incorporación requiere. Dejar de incorporar tecnología o nuevas prácticas dejaría al chacarero fuera –además de la posibilidad de aprendizaje- del círculo del “buen chacarero”; innovar es parte de sus “tradiciones”.
“Mi viejo probó de hacer soja en la década del 60, no recuerdo justo en que año. Le trajeron unas bolsas de Estados Unidos y las sembró. Las plantas vinieron bien, el tema es que no sabíamos como cosecharla. La arrancábamos con la mano (risas) y era imposible. Finalmente le echamos animales” (Francisco Erreguerena)

4) El peso de lo familiar en la herencia
Uno de nuestros entrevistados, Claudio Martínez tiene una hija mujer que, como es de esperar, no está involucrada en las tareas de la explotación. Su novio trabaja en la explotación y se vislumbra como el heredero, pero aún no es parte de la familia; refiriéndose a él Martínez nos decía “por ahora cobra un sueldo”. Cuando logre ser miembro pleno de la familia tendrá “sólo” un porcentaje, como los otros miembros de la familia. El matrimonio es así un rito por el cual se ingresa a la familia y a la explotación –de manera plena-. Confirmando así la superposición de una y otra esfera, para ser miembro pleno de una se debe ser miembro pleno de la otra.
Cabe en este punto señalar la importancia vital que adquieren las cuestiones de género. En general, la explotación chacarera es cosa de hombres. Cuando la heredera es una mujer, serán el marido o un hermano varón los principales candidatos a hacerse cargo del campo familiar (en este último caso, pagándole algún canon a la heredera, siempre a valores inferiores de los del mercado).
Jaime Prats[39], ha abandonado prácticamente la explotación en los últimos años y ha comprado dos estacionamientos de autos y un departamento en Rosario. Sólo sigue trabajando unas pocas hectáreas con vacunos, como una especie de “hobby”[40]. Él tiene sólo dos hijas mujeres ya casadas; refiriéndose a sus yernos dice: “ambos tienen poder de acción y de decisión. Ellos trabajan hace años conmigo y son perfectamente capaces y responsables.” Cada familia vive en casas separadas, pero los gastos del supermercado son pagados con la tarjeta de crédito del titular de la explotación (vía extensiones que tiene cada uno de los matrimonios). Las hijas del titular trabajan pero tienen “trabajos de mujeres”, una es maestra y la otra psicopedagoga. Es un caso interesante de observar porque el titular se reserva un poder no usual si lo comparamos con el resto de las familias entrevistadas; al mismo tiempo tres hogares viven de la explotación[41], y no hay hijos varones. Si bien Prats menciona que los yernos son “como hijos”, en esta etapa del ciclo de vida familiar a los hijos de sangre suele dárseles la conducción de la empresa o bien integrarlos en una conducción compartida con un porcentaje prefijado de los ingresos, dejándoles autonomía en el uso de su dinero (como el caso de los Martínez).
En las generaciones actuales se observan lo que parece ser las primeras experiencias donde padres e hijos comparten la conducción de la explotación familiar. En las generaciones anteriores, los hijos trabajaban en la explotación en una posición claramente subordinada a la del padre; sólo cuando éste fallecía o decidía “retirarse”, era reemplazado por alguno de los hijos. Esta situación de “conducción compartida” se da generalmente en las explotaciones de mayor escala, en las cuales es frecuente también el desarrollo de un tipo de gestión que involucra cierta especialización en la división del trabajo.
En el caso de los Martínez, si bien cada integrante se “especializa” en ciertas tareas, las decisiones importantes – como las inversiones - son consensuadas, no hay un jefe que tenga la última palabra. También han consensuado los porcentajes en que se distribuyen los ingresos, cuando se constituyó la nueva sociedad (cuando los hijos accedieron a la conducción de la explotación). Esta nueva sociedad está integrada por dos hermanos y los hijos varones de cada uno de ellos. Cada integrado obtiene el 25% de lo facturado, a la vez que todos aportan en partes iguales al momentos de realizar inversiones.
En ese momento, los padres decidieron en vida repartir los campos en partes iguales para cada uno de los hijos (e hijas), pero el usufructo de los mismos sigue en su poder mientras vivan. Las maquinarias y las tierras adquiridas después de la constitución de la nueva sociedad están a nombre de los hijos varones que trabaja en la explotación. De ese modo, quedan excluidos, los otros hermanos; ellos heredaran los bienes que sus padres tenían antes que se incorporaran los hijos que trabajan en la explotación actualmente. Estos complejos “arreglos” son frecuentes entre los chacareros entrevistados y revelan la medida en que familia y explotación continúan relacionadas.
Esta suerte de distancia entre los mecanismos sucesorios establecidos en el derecho civil y las prácticas chacareras se remonta a las primeras generaciones de chacareros. Los mecanismos sucesorios no contemplaban de la misma manera a todos los herederos, oponiendo de esta forma el derecho consuetudinario al positivo. Los mecanismos de herencia chacareros vinieron desde Europa[42] con los primeros colonos. Si bien no existía el mayorazgo como una manifestación pura, había una clara preferencia por el o los hijos varones que quedaban trabajando junto al padre. Los hijos “sobrantes” debían –en su mayoría- migrar o emplearse como mano de obra asalariada, o convertirse en artesanos y las hijas eran compensadas con una dote al momento de casarse[43] [44].
Los nuevos tiempos –como venimos observando- se oponen, en distinto grado, a la continuidad de algunas prácticas entre ellas las relativas a la herencia, generando tensiones, entre los mandatos de la tradición y los imperativos de la modernidad, en torno a lo “correcto” y a lo “posible”.
La observación del derecho positivo –en lo respecta a los mecanismos sucesorios- es una práctica que va en aumento, tendiendo cada vez más a considerar en igualdad de condiciones de heredar a todos los hijos (sin distinción de sexo). Estas prácticas que tienden hacia la equidad de los hijos de los productores atentan contra la viabilidad de las explotaciones. A medida que una explotación se divide o que mayor número de hogares deben vivir de ellas las posibilidades de que se pueda satisfacer las demandas económicas crecientes disminuye.
Aún así, en el sur de la provincia de Santa Fe todavía es común encontrar mujeres a las que directamente se les ha dado una suma de dinero –a modo de dote- cuando la explotación era traspasada al hijo encargado de continuarla. En general heredaban los hijos que estaban trabajando y la explotación no admitía más hijos de los que podía mantener. Así en el caso de la –que hemos llamado- segunda generación de la familia Martínez, sólo 4 hermanos de 7 se quedaron trabajando en la explotación, dos se hicieron sacerdotes y uno militar.
Entre los chacareros entrevistados, los relatos referidos a cómo heredaron (o fueron desheradadas/os) suelen ser similares. Los padres decidían cuánto heredaban las hijas mujeres y los hijos varones que no trabajan la explotación. Aún hoy, no es extraño encontrar, entre nuestros entrevistados, mujeres que si bien han heredado tierras, en la práctica son los hermanos varones los que disponen de ellas, decidiendo unilateralmente el beneficio que les corresponde por ese usufructo. Una práctica intermedia entre el mayorazgo y la herencia tal cual la estipula el derecho positivo argentino es la que encontramos en familias como la de los Martínez. En algún momento el padre decide repartir la herencia en vida, haciendo usufructo de la tierra que quedará para los hijos que no trabajan en la explotación y poniendo a nombre de los que sí trabajan todo lo adquirido a partir de ese momento (aún cuando el padre siga trabajando). De esta forma tras el fallecimiento o retiro del padre la parte de la explotación o maquinaria adquirida cuando ninguno de los hijos trabajaba en el campo será repartida más o menos homogéneamente y la otra no –quedando automáticamente para el (o los) hijo(s) que trabajaba(n) junto al padre.
Aún cuando los procesos productivos conlleven transformaciones en el compromiso de las familias con la explotación, o en las estrategias de capitalización, la permanencia de las prácticas relativas a la herencia contribuyen a la reproducción del “mundo chacarero”.
El vínculo con la explotación es uno de los elementos centrales con los que constituyen la identidad chacarera. La explotación no sólo es la principal fuente de ingresos –o la única- es además un símbolo familiar, para muchos aún es una especie de credencial que los habilita como chacareros. La historia de cada familia se estructura en una referencia constante y yuxtapuesta a la historia de la explotación. En algunos casos –como el de aquellos que vendieron “el campo de la familia” y luego compraron tierras en otro lugar- resignificando el valor de la tierra por el valor que tiene la actividad, lograron seguir siendo chacareros y cumplir de esta manera el deber heredado.
Así muchos chacareros experimentan un conflicto interno entre los valores tradicionales, que conciben a la explotación como un bien en sí mismo, y las características que deben ser adquiridas para subsistir en el actual modelo productivo. Este modelo presiona para que las unidades sean evaluadas sólo en función de su productividad.
Ser chacarero excede a la mercancía producida y al proceso de producción, es un anclaje identitario, que está siendo transformado, a fuerza de habitus desgarrados (Bourdieu, 1999). Muchas veces la permanencia depende del éxito que el heredero tenga en poder racionalizar las disposiciones heredadas, y adaptarse así a las nuevas condiciones del capitalismo agrario.

 


CONCLUSIONES

Las transformaciones en las condiciones estructurantes de los últimos años del siglo pasado han compelido a los chacareros a reconvertir sus habitus y sus capitales.
Los avances tecnológicos (favorecidos por las profundas transformaciones en materia de política económica a fines del siglo XX) modificaron profundamente el escenario productivo de la Región Pampena, transformando la organización del proceso productivo así como los modos de vida de los productores y sus familias.
Subsistir en el nuevo escenario implica adaptaciones y reconversión de prácticas, proceso que ha posibilitado que muchos de ellos puedan seguir produciendo. Sin embargo, ello no está exento de tensiones (como ha llegado a ser conservar la tierra familiar y la condición de productor, donde mantener la segunda requería enajenar la primera). La adaptación no es en modo alguno una situación nueva para los chacareros. Lo novedoso es quizás las implicancias que ella tiene en las últimas décadas. Los cambios experimentados por las generaciones anteriores son hoy recuperados por nuestros entrevistados como “una oportunidad”, mientras que las transformaciones más recientes se les han presentado como una “amenaza”. Lograr sortear estas amenazas ha requerido de ajustes y adaptaciones de sus marcos cognitivos (además de las más estudiadas incorporación de nuevas técnicas y tecnológias). De este modo la posibilidad de permanecer en la producción, ha implicado tanto cambios en su organización y estrategias productivas, como en sus subjetividades. Estas adaptaciones conllevan gradualmente la pérdida de los anclajes sociales y las transformaciones de sus marcos cognitivos, los cuales servían de referencia para accionar en el mundo.
La necesidad de profesionalizar las prácticas productivas traduciendo los costos y beneficios en estrictos términos económicos es tal vez uno de los cambios más costosos y difíciles de asumir para la mayoría de los productores de este tipo.
Sólo considerando sus habitus y las estrategias que estos sujetos desarrollan podemos entender más acabadamente acciones que de otro modo parecerían inexplicables o “irracionales” (como tener maquinaria ociosa, o no vender una porción de tierra sabiendo que venderla aumenta en mucho las posibilidades de seguir produciendo, y conservarla las de ir a la quiebra).
Las prácticas sucesorias son centrales para comprender la reproducción de los chacareros. No todos los hijos de chacareros son chacareros. Los herederos no se determinan exclusivamente mediante lazos sanguíneos aunque estos son de suma importancia y pueden llegar a ser decisivos. Junto con la explotación se heredan responsabilidades, obligaciones, valores y beneficios económicos. La herencia suele recaer en los varones. Es habitual entre las generaciones que en estos días están al frente de las explotaciones, que las tierras no les pertenezcan legalmente en un ciento por ciento, pero sólo el o los que están al frente son los que heredan la condición “chacarera”. Aún cuando otros miembros de la familia puedan recibir campo, éste será manejado por “el heredero” quien les asignará algún beneficio por su usufructo, en general menor que el que esa tierra obtendría en el mercado.
De este modo, los mecanismos de herencia atraviesan la estructuración del mundo chacarero, tal vez como no lo hace ningún otro de sus elementos.
Retomando una de las preguntas centrales de esta tésis ¿hasta dónde podemos hablar de chacareros? La pretensión de resolverla persigue el objetivo de aportar elementos para la reflexión y el debate, acerca de las transformaciones de la producción agropecuaria pampeana y en especial las experimentadas por estos sujetos, objeto central de este trabajo; más que una conclusión taxativa.
Tratando de retomar lo ya escrito, no podemos obviar en esta respuesta la consideración de elementos vinculados a la dimensión cultural e identitaria, pero sin soslayar de ningún modo las condiciones materiales de existencia de estos productores. Para expresarlo en términos propios de escuelas teóricas marxistas, el intento de esta respuesta no pretende una desestimación de elementos propios de la estructura sino reforzar el enfoque dialéctico que entiende una interrelación entre estructura y superestructura.
Como ya lo expresamos en el apartado metodológico la categoría “chacarero” esta englobada dentro de la de productor familiar. Por esto, la pretensión es pensar una definición que tenga en cuenta, o mejor dicho elabore su construcción partiendo de la realidad de los propios sujetos estudiados, para permitirnos pensar analíticamente (y a la luz de los cambios) las permanencias  de estos sujetos.
Entendemos entonces como chacarero a un productor agropecuario que toma las decisiones sobre el proceso productivo; la economía de la empresa presenta una marcada superposición con la del hogar; la interdependencia –entre hogar y explotación- es principalmente económica, pero como se ejemplificó -en el capítulo dedicado a las dinámicas sucesorias y a algunas estrategias desplegadas por la familia frente a periodos particularmente críticos- la excede; la planificación de la explotación se piensa en función de las necesidades del hogar y por ende está estrechamente vinculada al ciclo de vida de la familia. Esta explotación chacarera no sólo es una fuente de recursos del hogar es un patrimonio simbólico familiar. 
Por lo tanto, si aceptamos esta caracterización, podemos decir que el chacarero, aunque debilitado en su representatividad numérica aún permanece, aunque sus formas de producir se ven transformadas, desafiando las categorías teóricas con que los analistas intentamos aprehenderlos.
Esta permanencia no nos permite hacer un pronóstico sobre su futuro. No solo las tendencias a la capitalización y concentración aceleradas lo amenazan sino también, el escaso compromiso de las generaciones más jóvenes. Aquellos pertenecientes a las explotaciones más pequeñas no quieren arriesgarse a un futuro de sufrimiento como el de sus padres y en ese caso la opción más frecuente pareciera ser la de optar por una actividad desvinculada de la producción agropecuaria y conservar la tierra familiar como la proveedora de una renta. En los caso de las explotaciones más capitalizadas, las generaciones más jóvenes parecen apuntar a un modelo de productor empresarial en el cual las valorizaciones no traducibles al dinero no tienen lugar y por lo tanto la identidad chacarera entra en tensión.




ANEXO II
MAPA DE LA ZONA SUR DE LA PROVINCIA DE SANTA FE[45]


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[1] Todos estos departamentos corresponden a la zona sur de la provincia de Santa Fe, y son a su vez parte del norte de la región agroecológica conocida como Pampa Húmeda. Ésta es una zona de tierras de una gran capacidad productiva, aptas para la explotación agrícola, especialmente para el cultivo de soja.
[2] Las entrevistas con las cuales se realizó esta tesis fueron hechas en el marco de dos investigaciones. La primera, “Desplazamiento de explotaciones agropecuarias en la región pampeana. Características, categorías de destino y efecto sobre el bienestar de los hogares”, que fue financiada por la Secretaría de Ciencia y Técnica de la UBA y la Fundación Antorchas. La segunda, “Crisis de la agricultura familiar: impactos sociales, económicos, culturales y políticos en tres comunas rurales de la región pampeana”, aún en curso, cuenta con apoyo de la Agencia de Promoción Científica y Tecnológica. Agradezco a los integrantes de estos proyectos –Karina Bidaseca, Carla Gras, Luciana Manildo, Mariana Oppezzo, Clara Vallejos, Pablo Barbetta, Ivan Jaramillo, Walter Lauphan y Facundo Millan- por las experiencias compartidas, y por su generosidad, especialmente cuando me han permitido trabajar entrevistas que no fueron hechas por mí, las cuales han sido un suporte sumamente valioso para este trabajo.
[3] 3 de estos lo hacen en una misma explotación, pertenecen a distintas generación y fueron entrevistados en distintas oportunidades.
[4] La bibliografía utilizada como referencia para el análisis de entrevista, básicamente fue: Guber, Rosana (1994); Giulianotti, Richard (1995); Guber, Rosana (1998); Grupo taller de trabajo de campo etnográfico del IDES (1999) y Hermitte, Esther (2002).
[5] La cantidad de productores familiares varía según el modo en que los autores definen –teórica y operativamente- su sujeto de estudio (de Martinelli, 2008).
Si bien considerar a la producción familiar según el tamaño de la explotación, a nuestro entender carece de sustento teórico, es un modo frecuentemente usado en la bibliografía. Y en este caso, creemos que nos sirve –más allá del error en la exactitud que utilizar este método puede traer- para hacer una primera aproximación al momento de estimar su importancia numérica. La ventaja de este método es que los datos son de fácil acceso y cubren todo el territorio nacional. Si consideramos como productores familiares a aquellos que: a) poseen al menos una parte de tierra en propiedad, b) que al menos las tareas de gestión están a cargo de un integrante de la familia y c) que exista una superposición entre los recursos reinvertidos y los consumidos (a lo largo de este capítulo, y de esta tesis, iremos discutiendo la construcción de esta definición), según los datos relevados en nuestra muestra (descartando los outliners) el rango de superficie en el cual se ubican las explotaciones familiares del sur de la provincia de Santa Fe es el que va de 50,1 a 500,0 hectáreas. Según estos datos y tomando ahora la superficie de la explotación en tanto un proxi que nos permita cuantificar la producción familiar –en base al CNA 2002-, el 61,1% de las explotaciones y el 28,6% de las superficie de la provincia entrarían en dicha categoría.
Estimar con este criterio las EAPs de tipo familiar para todo el país incrementaría notoriamente el error, por las diferencias de productividad, uso y valor de las tierras, de nuestro territorio nacional.
[6] Basta pensar el denominado “Conflicto campo-gobierno” desatado en nuestro país el 11 de marzo de 2008, o reparar en la bibliografía que trató el tema para la década de los ´90 (Giarracca, 2001).
[7] Es relevante de destacar que en este nivel de capitalización se tiene en cuenta la tierra ya que dentro del la teoría marxista la tierra no es capital.
[8] Dado que las máquinas de siembra directa cuestan el doble que las convencionales sólo aquellos productores que trabajan una mayor superficie[8] pueden llegar a amortizarlas (Craviotti, 2002).
[9] En la Pampa Húmeda el corte suele estar en torno a las 200 hectáreas.
[10] “En esta línea, una interesante y sistemática propuesta para operacionalizar el concepto de "mid-size farms", fue realizada por Gladwin (1989): serían aquellas que podían proveer un nivel de vida equivalente al de un hogar promedio nacional. Para identificarlas propuso un rango que fuera desde un valor equivalente a la mitad de la mediana hasta 1,5 veces este valor. Sin embargo, en muchas ocasiones históricas este método presenta el problema de agrupar prácticamente todas las unidades dentro de las categorías de medianas o grandes, y dejar prácticamente vacía la de pequeñas. Esto ocurre cuando intentamos aplicarla al agro pampeano de los años noventa y más aun en la actualidad. De todos modos esta propuesta no deja de resultar útil para situar a los productores dentro del conjunto de la sociedad nacional y puede ser un tema de interesante debate teórico-metodológico.” (Balsa, 2008: 6)
[11] Ver Grela, 1985.
[12] Términos que que también serán utilizados como sinónimos en este trabajo, a partir de que ellos los utilizan como sinónimos.
[13] Para ampliar este tema ver: Grela (1985), Palacio (2004) y Palacio (2006).
[14] El Segundo Triunvirato (1812-1813), a partir de las iniciativas de Manuel Belgrano y Bernardino Rivadavia, esbozó el primer proyecto sobre el régimen agrario con el fin de evitar el desarrollo del latifundio y la venta de la tierra a particulares. El proyecto, conocido por la Enfiteusis (cesión perpetua del dominio de un inmueble, mediante el pago anual de un canon) tuvo por finalidad el cese de la apropiación individual de la tierra pública, mediante el cual se explotaba la tierra como instrumento de trabajo. Un tratamiento detallado de la colonización en la provincia de Santa Fe se puede encontrar en los primeros capítulos de Grela, Plácido (1985); El grito de Alcorta; Buenos Aires, Centro Editor de América Latina.
[15] si bien el acceso a la propiedad de la tierra es un fenómeno que comienza en de la década de 1920 se transforma en una cuestión más masivamente con los créditos del peronismo
[16] Para profundizar este punto ver: (Grela, 1985 y Palacio, 2004).
[17] Unidad productiva, de tamaño reducido comparado con la estancia, en la cuál vivían el productor con su familia. En las chacras de la región no sólo se producían alimentos vinculados a una economía mercantil vinculadas al circuito internacional (trigo, maiz, girasol, ganadería) o nacional (como la lechería) sino también productos destinados al consumo hogareño o comercio en pequeña escala (porcinos, aves de corral, elaboración de alimentos lácteos, etc.)
[18] Entre 1869 y 1914, la extensión de vías férreas creció por encima del 15%.
[19] Entre el primer Censo Nacional en 1869 y el tercero en 1914, la población creció a un ritmo anual promedio superior al 3%.
[20] Entre 1858 y 1895 la proporción de inmigrantes de la provincia pasó del 10% al 42% (Cloquell, 200%). Empresas colonizadoras como la de Aarón Castellanos o Beck y Herzog, fueron los encargados de traer y asentar a una parte importante de los europeos inmigrantes que llegaron a la provincia de Santa Fe entre 1856 y 1884. Para profundizar en los procesos de colonización de la Provincia de Santa Fe se recomienda ver El grito de Alcorta de Placido Grela y El pan nuestro de Gastón Gori –ambos citado en la bibliografía-.
[21] Si bien Perón fue derrocado por la Revolución Libertadora (el 20 de setiembre de 1955), antes del plazo prevista para el completar el segundo plan quinquenal (1953-1957), en el cual estaba prevista la industrialización pesada, la economía nacional venía experimentando serios problemas.
[22] Medida en términos de PBI, la producción agrícola argentina decreció una media anual del 0.7% durante el quinquenio 1984-1989 (Barsky y Gelman, 2001: 370).
[23] Estas últimas a mediados de la década de 1990.
[24] Concentración que no fue privativa del sector agropecuario, las condiciones de vida de la mayor parte de la población se vieron drásticamente deterioradas: basta recordar que aún en épocas de crecimiento económico -como a principios de los noventa- creció fuertemente el desempleo y, con él, la marginación social.
[25] Las pasadas de arado consumen mucho más combustible que la siembra –a la misma cantidad de superficie-.
[26] La soja transgénica logró una aceptación masiva. En 3 años casi el 96% de la soja sembrada era soja transgénica.
[27] Para Bourdieu el habitus es un conjunto de esquemas generativos a partir de los cuales los sujetos perciben el mundo y actúan en él (Bourdieu, 1998). Son esquemas de obrar, pensar y sentir asociados a la posición social. Es por medio del habitus que personas con un entorno social homogéneo tienden a compartir estilos de vida parecidos.
[28] Empresas que se básicamente se dedican a: vender agroquímicos y semillas y a comprar y acopiar granos.
[29]Fertilizante nitrogenado.
[30] Las tres variantes son alternativas para minimizar el riesgo en caso que los mercados se moviesen en forma adversa. Son contratos de compraventa a plazo con un precio prefijado. La diferencia entre un forward y un futuro es que el primero es un contrato a medida mientras que el segundo es estandarizado y negociable con un tercero. La opción es un contrato específico en donde el que compra una opción adquiere el derecho de vender (o comprar) un contrato de futuro de un producto dado a un precio determinado (precio de ejercicio), durante cualquier momento dentro del período de ejercicio de esa opción. Inversamente el que vende una opción asume la obligación de comprar (o vender). Existen dos tipos diferentes. Una se llama PUT y la otra se llama CALL. Las opciones CALL y las opciones PUT son diferentes contratos y cada uno requiere un comprador (poseedor) y un vendedor (emisor o lanzador). No son lados opuestos de una misma transacción. La Opción de Compra o CALL, corresponde a una opción que otorga a su titular, por un plazo establecido, el derecho a comprar un determinado número de acciones, a un precio prefijado. La Opción de Venta o PUT es una opción que otorga a su titular, por un plazo establecido, el derecho a vender un determinado número de acciones, a un precio prefijado.
[31] Valeria Hernández (2005) trabajó con productores de entre 500 y 2600 hectáreas, en una zona sojera de la provincia de Entre Ríos, la mayoría de ellos miembros de AAPRESID, y relata como estos productores –que explicitan su condición de profesionales diferenciándose de una posible condición chacarera, como lo fueron sus padres y abuelos- también se dedican sólo a las tareas de gestión sin involucrarse directamente en el trabajo manual.
[32] Nos referimos a aquellos que han debido vender el campo para pagar sus deudas y si bien no han sido desplazados de la producción han debido trasladarse a zonas menos productivas, el norte, o a aquellos que con el dinero de la venta (total o parcial) han comprado maquinaria para vender servicios (siembra, cosecha o fumigación). Estos últimos abandonan la categoría chacareros para convertirse en contratistas. Esto no impide que tomen tierras en alquiler o aún que trabajen alguna pequeña porción de tierra de su propiedad, pero ya no como actividad principal.
[33] Cómo explica Bourdieu: “(…) las clases o fracciones de clase en decadencia, como los agricultores y los patronos de industriales y comerciantes, no pudiendo encontrar la mayor parte de de los jóvenes originarios de estas clases otro medio de escapar a la decadencia colectiva que el de su reconvesión hacia alunas de las profesiones en expansión.” (P. Bourdieu, 1998 [1979]: 106)
[34] Convirtiéndose en contratistas de servicios, en pequeños rentistas, o desarrollando distintas actividades laborales fuera del sector agropecuario (ver: Craviotti y Gras, 2006 y Gras, 2007).
[35] Para profundizar este punto ver: Hernández, 2005 y Gras y Hernández, 2007.
[36] En consonancia con buena parte de la bibliografía académica existente (Craviotti, 2001; Craviotti, 2002; González, 2005; Balsa, 2006; Cloquell, 2007).
[37] La fusión entre campo y nombre como una sola marca identitaria ha sido un rasgo constante para las generaciones precedentes, y en tal sentido este desanclaje implica una ruptura considerable, lo que refuerza la peculiaridad de haber podido construir un sentido de continuidad a partir de ella.
[38] Este es un punto difícil de ser aprehendido cuantitativamente pero las imágenes del estilo de “la gente que se mata en mi pueblo”, un gran aumento de consultas por enfermedades mentales de tratamiento ambulatorio, ataques de pánico y casos denunciados de suicidios son elementos a los cuales nuestros entrevistados refieren con frecuencia y que comenzaron a ser registrados y asociados con la crisis que experimentó la producción agropecuaria en los años noventa y con y con los picos de crisis del sector. En Alcorta, localidad de 7.500 habitantes registró dos suicidios en menos de tres meses, en el peor momento de la crisis “campo-gobierno” desatada el 11 de marzo de 2008.
[39] De unos 65 años de edad, Prats no proviene de una familia de chacareros ni él se siente tal, el se considera a sí mismo como un hombre de negocios. Desde muy joven trabajó en el campo y la actividad agropecuaria para él es una pasión, en especial la ganadería. Su primer campo (500 ha en uno de los partidos estudiados en la zona sur de la Provincia) fue heredado pero no de un familiar, después de 20 años de trabajo se convirtió “en la mano derecha del patrón”. Éste, propietario del campo –sin herederos- lo nombró a él beneficiario de la propiedad. Prats hace referencia a este ex jefe como a una figura paterna y al igual que los que se presentan como chacareros refieren con frecuencia a los saberes aprendidos de esta figura paterna. Saberes que cuesta ponerlos en tela de juicio o revisados críticamente. Por problemas financieros se debe vender este campo y Prats compra con el sobrante (de la venta después de cancelar las deudas) 1000 hectáreas aptas para la ganadería en la provincia de Corrientes. Después de trabajarlas durante unos años decidió alquilar la mayor parte del campo para hacer arroz y soja. Actualmente se dedica a las inversiones inmobiliarias en la ciudad de Rosario.
[40] Más allá de que él se define como un hombre de negocios y su biografía lo ubica en esta categoría la actividad que él heredó de su mentor, cierta especialidad dentro de la ganadería, es para él algo que excede al trabajo. De un modo no idéntico pero similar a los chacareros que no se ven haciendo otra cosa que no sea el trabajo agrícola, para él las vacas son su pasión.
[41] 1000 hectáreas ganaderas en el norte, más los dos estacionamientos en la ciudad de Rosario, uno de ellos en zona céntrica.
[42] En algunos sectores rurales de Europa, aún durante el siglo XIX y el siglo XX las explotaciones, para no ser más pequeñas que el umbral mínimo de rentabilidad, no eran divididas una vez fallecido el titular.
[43] Para ampliar este punto ver El baile de los solteros (Bourdieu, 2004) y Reproducción social y sistemas de herencia en una perspectiva comparada. Europa y los países nuevos (siglos XVIII al XX) (Zeberio, Bjerg y Otero, 1998).
[44]Varias condiciones han contribuido a la “supervivencia” de los colonos de Santa Cecilia como chacareros. Una de ellas fue la práctica de la dote durante las primeras décadas del siglo, que invalidaba la herencia de la tierra por parte de las mujeres, evitando por lo tanto, una excesiva presión sobre la tierra” (Stølen, 1996: 25)
[45] Agradezco la configuración del mismo a la Dra. Cristina Valenzuela

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